Time and space in sport practices: contrasts in the cultural landscape between the beginning of the 20th century and the first decades of the 21st century
Aurelio Benito Arnoux Narvaja
IDAES - UNSAM
La relación del hombre con la temporalidad, con sus ritmos y sus duraciones relativas, varía según las épocas, las culturas y aspectos diversos de la vida social. En este trabajo abordaremos la percepción y valoración del tiempo en el ámbito de las prácticas deportivas atendiendo tanto a los dispositivos que organizan su ejercicio como a la dinámica a la que se ajustan los espectadores. Nos proponemos contrastar dos etapas separadas por casi un siglo –principios del siglo xx y principios del siglo xxi– para apreciar las diferencias significativas que se exponen tanto en los relatos, las entrevistas, los comentarios, las imágenes, como en los textos normativos. Consideramos que las diferencias que se asocian con la temporalidad inciden también en la apropiación y diseño de los espacios en los cuales las prácticas deportivas se desarrollan. Esquemáticamente, podemos señalar que la ausencia de límites temporales estrictos y la valoración de la resistencia como factor decisivo parecen relacionarse con espacios abiertos; en cambio, los recortes en el tiempo de las prácticas se asocian con espacios más cerrados. De allí, que estos cambios no dejen de incidir en el paisaje cultural de las ciudades, en nuestro caso en la de Buenos Aires.
Man’s relationship with temporality, rhythm, relative durations, varies according to periods, cultures and diverse aspects of social life. In this work we will approach the perception and valuation of time in the field of sport practices focusing both on the devises that organize their exercise and on the dynamic to which its spectators adjust. We propose a contrast of two stages separated by nearly a century –the beginning of the 20th century and the beginning of the 21st century– in order to appreciate the significant differences that arise from stories, interviews, commentary and images and from normative texts. We consider that, the differences associated with temporality, affect the appropriation and design of spaces in which the sport practices develop too. Schematically, we can point that, the absence of strict temporal limits and the valuation of the resistance as a decisive factor, seem to relate to open spaces; instead, the cuts in the practice time are associated with open spaces. From there, that these changes do not cease to affect the cultural landscape of cities, in our case, the one belonging to Buenos Aires.
Prácticas deportivas, Temporalidad, Espacio, Buenos Aires
Sport practices, Temporality, Space, Buenos Aires
El deporte, entendido como fenómeno social universalmente consolidado, ha funcionado como un mecanismo para la internalización de pautas culturales. En este sentido, muchas de sus regulaciones –entre otras, reglas escritas o códigos consuetudinarios– como también la forma cómo se lo narra han originado, tanto en los deportistas como en los espectadores, marcos de referencia temporales que estuvieron ligados con el espacio y la forma de percibirlo. En relación con ello, la observación de Dunning y Elias (2016, p. 87) es estimulante para el recorrido que hacemos: “El tiempo es un símbolo no un proceso ni un acontecimiento. Cualquier cambio en el tiempo es un cambio en el espacio”.
Este trabajo se inscribe en la continuación de una investigación más amplia ya concluida en la que se ha indagado en la relación entre las políticas deportivas –en particular la promoción del ciclismo, la natación, el tenis y las carreras pedestres–, los imaginarios dominantes que las fomentaron –entre otros, el higienismo y las teorías en torno a la Educación Física– y el diseño urbano que se proyectó en la ciudad de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo xx. En esta ocasión, pretendemos retomar ciertas características de las prácticas deportivas en ese período y establecer un contraste con las de las últimas décadas, reparando en cómo pueden incidir en la construcción de una articulación entre el tiempo y el espacio en los sujetos. Al respecto es necesario adelantar que, si bien estas variables –tiempo y espacio– se presentan como realidades objetivas y mensurables, su percepción varía en función de la subjetividad que socialmente se instala (Elias, 2015; Martínez del Castillo y Puig Barata, 2002). De ahí que, más que de un rasgo universal, estamos en presencia de construcciones históricas. Y es aquí donde el fenómeno deportivo puede colaborar en su aprehensión.
En un primer momento, expondremos el marco de reflexión teórica y algunos aspectos metodológicos; luego, nos referiremos a la primera etapa considerada –comienzos del siglo xx– y a la articulación entre los espacios abiertos y la amplia duración en las prácticas; en tercer lugar, abordaremos los espacios cerrados y lo rápido y efímero dominante en las actividades deportivas en torno al nuevo siglo1 y, finalmente, haremos un contraste entre las dos etapas destacando las transformaciones que han incidido en la percepción del tiempo y el espacio.
En la actualidad ya nadie duda de la importancia y el lugar privilegiado que ocupa el deporte en la vida cotidiana, tanto en lo que respecta al desarrollo individual como a su función social (Duret, 2004). Si bien desde las ciencias sociales y humanísticas su estudio –más allá de algunos trabajos “periféricos” de enorme valor como el de Diem (1966) o el de Le Floc’hmoan (1969), entre otros– ha sido emprendida tardíamente, en estas últimas décadas se han producido un número importante de investigaciones en Inglaterra y Francia, muchas de las cuales han nutrido las revistas especializadas en Historia del Deporte (por ejemplo, The International Journal of the History of Sport, Sport in History, Journal of Sport History, European Studies in Sports History o Sciences Sociales et Sport). Estos desarrollos han influido en la situación latinoamericana que, por otra parte, tiene su especificidad. En efecto, como bien sostiene Alabarces (2015), fue recién a principios de la década de 1980, con los estudios de Da Matta (1982) y Archetti (1984) que su análisis dejó de ser algo marginal para empezar a consolidarse como un campo con sus propias peculiaridades. Aparecieron, entonces, varios trabajos –en particular en torno al fútbol– que, con un claro propósito etnográfico, indagaban en problemáticas tales como la construcción de identidades –nacionales, locales, barriales, étnicas– (Castro Lozano, 2010; Frydenberg, 2009; Bromberger, 2001), la violencia en el espectáculo (Alabarces, 2004; Daskal y Garriga Zucal, 2015; Aragón, 2007) o el rol de los medios de comunicación. En la actualidad existe una diversidad de estudios que, desde múltiples enfoques y disciplinas, interrogan el fenómeno deportivo. Algunos se orientan fundamentalmente a las prácticas de los deportistas y espectadores (Arnoux Narvaja, 2018; Frydenberg, 2011; Hora, 2014); otros piensan el deporte como una manifestación más de problemáticas generales como, por ejemplo, la cuestión de género (Moreira, 2016; Scharagrodsky, 2016).
Uno de los puntos que ha generado un fecundo debate historiográfico fue el referido a la génesis y etapas de su práctica. Por un lado se encuentran aquellos investigadores (Diem, 1966; Le Floc’hmoan, 1969; Jeu, 1988; Mandell, 1986; Cagigal, 2012) que rastrean el origen en tiempos pretéritos –y en sociedades no occidentales– asignándole características rituales, en donde el factor lúdico se erige como un componente sustancial y, en cierta medida, la matriz que ha pervivido (Huizinga, 1972). Por otro lado, hay quienes distinguen una aparición más reciente (Dunning y Elías, 2016; Guttman, 1978; Vigarello, 2001; Parlebás, 1988) tomando como punto de inflexión el siglo xix en dónde estas prácticas comenzaron a adquirir, primigeniamente en Inglaterra, las características “modernas”: altos niveles de racionalización, estandarización, secularización, especialización, competencia y cuantificación con la persecusión de los récords (Guttman, 1978).
Estos valiosos trabajos han iluminado el camino investigativo de los que nos hemos dedicado a comprender el deporte más allá de una descripción fáctica y superficial. Empero, si queremos ahondar en las subjetividades que se construyen a partir de las prácticas deportivas, nos parece necesario dar un paso más y tratar de salir al rescate de su dimensión intelectual y psicológica. En otras palabras, pensarlo más allá del espectáculo o del discurso biologicista y atender a cómo incide en las representaciones de los propios agentes. Algunos autores han tenido la agudeza de entender la práctica deportiva desde esta perspectiva, aunque no fuera lo central en su tarea investigativa. Barthes (2003), por ejemplo, analiza varios deportes –tanto colectivos como individuales– para mostrar que, independientemente de la competencia, se trata de la “resolución de un conflicto” entre el hombre y la naturaleza sólo posible a través de una metódica reflexión cognitiva. Sartre (2016), por su parte, le atribuye un lugar fundamental al deporte como mecanismo de construcción de una subjetividad plena en la medida en que nos quita el peso del mundo y nos suspende en otro mundo exento de las interferencias de las preocupaciones cotidianas. Más recientemente el antropólogo Marc Augé (2009) muestra cómo a través de un hábito tan extendido en el mundo occidental como el ciclismo, los sujetos pueden recuperar la memoria de la infancia y vincularse de una forma diferente –hasta más armónica– con el tiempo y el espacio circundante. Más allá de los diferentes matices lo cierto es que estos autores nos estimulan a interpelar el deporte desde otro lugar, considerando como inciden las prácticas en los sujetos, y no necesariamente las de la “alta competencia”. Asimismo, proponen pensar cómo se conjugan elementos propios del “deporte moderno” con cuestiones ligadas más a lo ritual, lo mítico y, en algunas situaciones, a experiencias que exceden las percepciones racionales de los individuos. En nuestro caso nos centraremos en cómo las prácticas deportivas han influido en las percepciones sobre el tiempo y cómo se han vinculado éstas con la representación del espacio.
Respecto de la selección de los períodos hemos considerado, por un lado, el hecho de que tanto a principios del siglo xx como del xxi se produce, en la ciudad de Buenos Aires, una marcada popularización del deporte. A su vez, en ambos casos, este fenómeno se dio en correspondencia con un acompañamiento por parte del Estado –a través de políticas públicas que promovieron diseños e instalaciones en los espacios “libres”– y de los medios de comunicación que, con secciones exclusivas de los periódicos o múltiples emisiones radiales o televisivas, colaboraron y colaboran en la consolidación de estos hábitos entre la población. Sabemos que todo recorte es arbitrario pero el que adoptamos nos permite, por la distancia de un siglo entre ambas etapas, resaltar el contraste.
Como abordamos el deporte como una práctica socio-históricamente situada, apelamos a la Historia Social en el tratamiento de variadas fuentes primarias –recortes periodísticos, biografías, reglamentos, mapas, fotografías de prensa, entre otros–. No obstante, y dado que recurrimos a una interpretación cualitativa y, en parte, temporalmente cercana, es menester considerar ciertos presupuestos y herramientas de otras disciplinas sociales. La Antropología, por ejemplo, conjuga el método etnográfico con la búsqueda por “explicar los aspectos en apariencia «irracionales», su poder simbólico y emocional” (Besnier, Brownell y Carter, 2018). La Sociología, por su parte, nos invita a pensar en la organización social, en la estructura de las instituciones deportivas y en cómo se manifiesta el disciplinamiento en los sujetos. Por último, la Psicología aplicada al deporte nos permite indagar en las percepciones y motivaciones de los practicantes, por ejemplo en lo que se refiere a la búsqueda de la performance (Delignieres, 2017).
Hacia fines del siglo xix y las primeras décadas del siglo xx, la ciudad de Buenos Aires experimentó un conjunto de transformaciones estructurales –demográficas, económicas, políticas y culturales– que dieron lugar a la emergencia y la adopción de “nuevos” hábitos modernos, entre otros los deportivos (Carretero, 2013). Así surgieron una notable cantidad de instituciones –como clubes de barrio y sociedades de fomento– que se conformaron, no sólo como espacios idóneos para desarrollar estas prácticas sino también como ámbitos de sociabilidad (Lupo, 2004). No obstante, dado que muchos de los deportes –entre ellos el ciclismo, la natación en aguas abiertas y las carreras pedestres– requerían, por su propia dinámica, de escenarios más amplios, el espacio libre2 fue apropiado para este tipo de pruebas (Arnoux Narvaja, 2017) en las cuales la misma práctica y la exhibición establecieron una percepción de la temporalidad centrada en la duración extensa y en la permanencia. Nos referiremos, particularmente, a la natación, el ciclismo, las carreras pedestres y el automovilismo.
A principios del siglo xx, en la ciudad de Buenos Aires, las autoridades y los medios de comunicación comenzaron a fomentar un hábito “higiénico” que rápidamente adquiriría relevancia: la natación. Generalmente se llevaban a cabo en las piletas de instituciones privadas –como, por ejemplo, la de Gimnasia y Esgrima– o en aquellas que el gobierno había edificado en los parques Avellaneda o Saavedra, que, por sus dimensiones, servían exclusivamente para el aseo de la población. Con la inauguración del Balneario Municipal en 1918, la gente empieza a utilizar la costa del río. En paralelo a esta situación comenzaron a visibilizarse pruebas en aguas abiertas que por la exigencia de las mismas eran realizadas por eximios nadadores. Una de las que más inquietud despertó en la opinión pública fue el cruce del Río de La Plata, desde Colonia (Uruguay) hasta la costa Argentina. En un principio se trataba de una prueba que, al no estar fiscalizada ni controlada por autoridades, revestía un peligro enorme. Nadadores que gozaban de prestigio público –como Tiraboschi, Garramendy o Vito Dumas– intentaron realizarla infructuosamente. Así, y ante el riesgo de convertirse en una práctica ilegal, se tornó inminente la necesidad de institucionalizar éste y otros raids que fue lo que finalmente ocurrió en 1923 con la sanción del reglamento de la recientemente creada Federación Argentina de Natación.
Artículo 1°- La Federación Argentina de natación controlará cualquier raid que se proyecte […] siempre que se solicite su fiscalización con ocho días, por lo menos de anticipación.
[…] Artículo 4°- Fuera de las que puedan celebrarse en cualquier lugar, la Federación Argentina de Natación instituye y oficializa las siguientes pruebas y otorgará a los que las realicen el título de campeón que corresponderá a aficionados, hombres y mujeres:
a. Colonia – Costa Argentina. Punto de partida, el muelle de Colonia. Llegada, un punto de la costa argentina, entre el puerto de Buenos Aires y La Plata.
b. Tigre – club Náutico San Isidro, para menores de 16 años.
c. Club Náutico San Isidro (muelle de embarque) – Puerto Nuevo.
d. Tigre – Balneario Municipal (Buenos Aires).Artículo 5°- Las distancias en las pruebas no terminadas, se medirán en línea recta, entre el punto de partida y aquel en que se retire el nadador del agua, y se dejará constancia en el acta y libro de raids.
Artículo 6°- Obtendrá el título de campeón en las pruebas cumplidas aquel que en menor tiempo realice las travesías (Fuente: El Gráfico, 26 de Febrero de 1923).
El problema de este reglamento radicaba en que no daba cuenta de la peligrosidad ni de la necesaria preparación previa que los nadadores debían tener antes de lanzarse a esas experiencias. Por el contrario se limitaba casi exclusivamente a establecer las pautas para fiscalizar las pruebas y dejar asentados los récords en actas. Sin embargo, nos permite apreciar las distancias que contemplaban y que implicaban un tiempo apreciable para su recorrido.
Por el lado del ciclismo, si bien comienza a masificarse hacia fines del siglo xix, es en las primeras décadas del siglo xx cuando adquiere gran popularidad, en parte por el acceso cada vez más amplio a la compra de bicicletas y, además, por la emergencia de figuras que despertaron admiración de los aficionados como fue el caso de Luciano Mazán –más conocido como Petit Breton3–, que expuso sus experiencias en una autobiografía titulada Comment je cours sur route (1908). En ese contexto son varios los clubes que surgen, algunos de ellos organizados en torno a la nacionalidad de sus asociados –como el Club Ciclístico Italiano o el Veloz Club Español– y otros a instituciones existentes o creadas al efecto. Con la colaboración de la municipalidad de Buenos Aires se comienzan a organizar encuentros en las calles de la ciudad. Muchas de las pruebas trataban de emular las clásicas europeas. En su mayoría eran carreras de resistencia y los trayectos abarcaban desde grandes distancias hasta recorridos callejeros. Las primeras, si bien eran seductoras por la diversidad de paisajes y terrenos que atravesaban, resultaban competencias extenuantes. En cuanto a las segundas, el circuito era muy acotado, por lo que debía recorrérselo una cantidad excesiva de veces. Esto generaba por ejemplo, según crónicas periodísticas, que en la carrera de las “XII horas” Cosme Saavedra llevara transitado, a la novena hora, 233 vueltas del itinerario diseñado en el parque 3 de Febrero. A su vez, existían pruebas que se trasladaban hacia el interior del país; entre las más tradicionales encontramos la “Buenos Aires-La Plata” (ida y vuelta), la “Buenos Aires-Santa Fe” o la “Buenos Aires-Pergamino”. Estas últimas, por las distancias o las características del terreno eran consideradas como las equivalentes a la Milán-San Remo o la París-Roubaix ya que generalmente se corrían en una sola etapa, lo que hacía que el trayecto de aproximadamente 400 kilómetros entre Rosario y Buenos Aires se realizara en más de 18 horas. Si bien las pruebas mencionadas estaban reservadas exclusivamente para hombres, las mujeres empiezan incipientemente a adoptar ese hábito urbano.4 No solamente eran las pruebas programadas las que inundaban de ciclistas las calles de la ciudad ya que por ella circulaban además las bicicletas para ejercitar el cuerpo, para trabajar –como era el caso del correo– o por el puro placer de recorrer la geografía urbana.
El pedestrismo o las carreras pedestres, a pesar de no ser tan populares y difundidas como el ciclismo –y en parte la natación–, empezaron a realizarse en las calles porteñas a la par de estas5. Si bien a principios del siglo xx existían algunas competencias como “el Récord de la Avenida de Mayo” –que unía la avenida Entre Ríos con el edificio del diario La Prensa (ubicado en Avenida de Mayo al 500)– es en torno a la segunda década cuando cobran verdadera relevancia, en particular a partir del famoso “Criterium” que se corría anualmente y completaba un recorrido relativamente acotado por las calles céntricas, lo que posibilitaba que gran parte de los aficionados pudieran completarla o el cross country, competencia que recorría el terreno a campo traviesa. Existían, además, otras pruebas infinitamente más extensas y extenuantes, como el “campeonato social de resistencia”, que cubría un trayecto de 74 kilómetros y tenía como punto de partida y llegada el parque 3 de Febrero6. En estos casos los deportistas estaban muy bien entrenados y, por lo tanto, pertenecían a una pequeña elite7.
A su vez, en los espacios libres se practicaban otros deportes que tenían gran concurrencia entre los practicantes y los espectadores pero que, a diferencia de la natación, el ciclismo y las carreras pedestres, se desarrollaban en lugares más reducidos. Uno fue el fútbol, que se llevaba adelante en cualquier lugar que se presentara, como potreros, calles, clubes, baldíos y canchas que la municipalidad había instalado en los parques8. Otro era el tenis, que si bien era practicado por la aristocracia en los clubes, también lo era por las clases medias en las canchas que la Dirección de Plazas de Ejercicios Físicos había instalado gratuitamente en diferentes espacios verdes.
Párrafo aparte merece el automovilismo. La primera competencia de la que se tenga referencia fue en 1906 entre Recoleta y Tigre y de la que participaron 24 coches (Borocotó, 1952). A partir de allí se disputaron innumerables carreras que tenían recorridos por circuitos porteños –como en 1908 que contabilizó 110 kilómetros desde Flores pasando por Pacheco, Morón, Campo de Mayo para llegar a Palermo– o hacia el interior del país, como el Gran Premio de 1910 que cubrió Buenos Aires-Córdoba. Años después, en la década de 1940, el Automóvil Club Argentino organizó el Gran Premio Internacional del Norte (entre las ciudades de Buenos Aires y Lima) y el “Gran Premio de la América del Sur de Turismo Carretera, más conocida como la “Buenos Aires-Caracas”.
Si hay algo que se nos presenta como evidente en los casos enumerados es que objetivamente gran parte de las pruebas pretendían cubrir grandes distancias y, en su mayoría, estaban orientadas a experimentar temporalidades de largo aliento. Este fue el caso, por ejemplo, del nado de aguas abiertas y el ciclismo. En cuanto al primero, con la institucionalización de su práctica y la sanción del reglamento que establecía una fiscalización del récord, varios nadadores intentaron cruzar el Rio de La Plata, gesta lograda finalmente el 22 de diciembre de 1923 por Lilian Harrison en 24 horas y 19 minutos. Pero también existía el récord de permanencia en el agua, siendo el primer campeón mundial de la década Enrique Tiraboschi quién en febrero de 1920 se mantuvo durante 24 horas y 1 minuto en el marco del fallido cruce del estuario; en esta travesía nadó hasta el Canal del Norte9 pero, al no tener la energía suficiente para llegar a la otra orilla, se quedó flotando en el lugar las últimas dos horas como bien lo muestra el siguiente croquis elaborado por la revista Caras y Caretas del 14 de Febrero de 1920 (Figura N.º 1).
Esta plusmarca fue superada por el santafesino Garramendy –el 24 de febrero de 1923 contabilizando 24 horas y 30 minutos– y posteriormente por Vito Dumas –25 horas y 6 minutos–.
En el caso del ciclismo, la particularidad se daba en que este tipo de largas competencias se realizaban íntegramente en caminos de tierra y tenían diversos percances (Borocotó, 1951) –como se observa en la Figura N.º 2, última imagen, con la tranquera– que hacían aún más épicas las gestas de los ciclistas.
Entre los espectadores, este tipo de estímulos generaba gran excitación. Un buen indicador para medir la importancia que se les asignaba a estos desafíos es la cobertura mediática, en dónde los periodistas narraban en clave etnográfica cada una de las pruebas. A su vez, revistas como El Gráfico o Caras y Caretas acompañaban los artículos con fotografías en los cuales los aficionados, además de seguir el relato escrito, internalizaban los gestos muchas veces exhaustos de los atletas como se observa en la fotografía de Candioti en uno de los tantos intentos por unir a nado Santa Fe con Buenos Aires (Figura N.º 3).
En síntesis, en esa primera etapa las prácticas deportivas más populares se realizaban en espacios abiertos, en muchos casos no diseñados para ellas, y se privilegiaba en los deportistas la capacidad de resistencia en gestas temporalmente extensas.
Detrás de la “psicosis deportiva” actual se encuentra una forma diferente de vincularse con el espacio que, a su vez, impacta en los marcos temporales de los aficionados y espectadores. Esto es justamente lo que se puede observar en la ciudad de Buenos Aires de estas últimas décadas, que viene experimentando vertiginosos cambios urbanísticos que la han convertido, al igual que otras urbes del mundo, en una gran megalópolis. Se ofrecen un sinnúmero de actividades que pueden ser rotuladas como “deportivas”, los medios de comunicación incentivan las mismas en función de un discurso “biologicista”, el Estado destina recursos para incorporar estos hábitos saludables estableciendo gimnasios al aire libre o manteniendo en condiciones los polideportivos10; pero, en su gran mayoría, se desarrollan en ambientes cerrados, que no necesariamente tienen que ser privados, sino “cerrados” en cuanto imponen un límite de movilidad y un control exhaustivo. Y estos escenarios están íntimamente ligados a una aprehensión del tiempo rápido, efímero, en dónde lo inmediato se impone sobre lo durable.
Por un lado se puede observar que cada vez más personas, desde temprana edad se vuelcan a las prácticas deportivas sin necesidad de llegar a competir en pruebas cronometradas. Este fenómeno se ve reflejado en la cantidad de piletas de natación que existen en la ciudad, la diversidad de horarios ofrecidos y la posibilidad de ejercitarlo durante todo el año. Es así que lo que en la década de 1920 se observaba en el balneario municipal, en el nado de aguas abiertas o en las piletas ubicadas en los parques, hoy se redujo mayormente a ámbitos cerrados, privados y generalmente pagos.
Por otro lado, hablar de bicicleta implica necesariamente distinguir dos dominios: por un lado, la disciplina –ciclismo– y por otro, el transporte. En cuanto a la primera, a diferencia de lo ocurrido a principios del siglo xx, prácticamente no existen competencias o pruebas que se realicen en circuitos urbanos. Estas, por su propia dinámica, no sólo han perdido la popularidad de antaño sino que se han trasladado a espacios cerrados o, en menor medida, a rutas, y los entrenamientos se realizan en alguno de los polideportivos como el circuito KDT (Kilómetro, Distancia, Tiempo). Por el contrario, desde hace algunos años, la ciudad se ha inundado de aficionados que la utilizan para trasladarse. Esto es entendible si pensamos que en el marco de los problemas urbanos modernos, la cuestión del transporte ocupa dentro de la agenda política un lugar destacado. Al compás del crecimiento y la concentración poblacional se han tenido que buscar alternativas, como la citada, que conjuga rapidez, autonomía y, en algunos casos, ahorro. Si bien se observan desperdigadas en varios puntos de la ciudad, con la incorporación de las bicisendas –y las aplicaciones de teléfonos celulares para maximizar el tiempo de recorrido– el andar anárquico se ha direccionado ejerciendo un control sobre el espacio.
Otro fenómeno urbano que se ha exacerbado en estos últimos tiempos son las carreras pedestres o lo que hoy se denomina running. Cada vez son más los “aficionados” que se han volcado a esta práctica (Andrada, 2018), movidos en parte por los medios de comunicación, que promueven un cambio “saludable”, y también por una industria que ofrece un sinnúmero de accesorios. Ahora bien, los entrenamientos se realizan generalmente en ámbitos limitados, como por ejemplo las plazas, las pistas de atletismo ubicadas en los parques como así también en los gimnasios cerrados con máquinas fijas para ejercitarse. En cuanto a las “maratones” que se desarrollan los fines de semana, el circuito que se ofrece, si bien es extenso, se encuentra “cerrado” a cualquier transeúnte o ciclista, lo que en definitiva genera una sensación de control.
El fútbol y el automovilismo son un caso aparte. Si bien ya no se observa a los niños jugar en las veredas o en las calles y los “potreros” –con sus límites difusos y relativos– han tendido a desaparecer, los espacios verdes hasta no hace mucho tiempo permitían improvisar canchitas de fútbol a tal punto que los fines de semana se jugaban campeonatos. Al transformarse las plazas y parques en ornamentales y en general encontrarse cercados, estos hábitos comenzaron a perderse. A su vez, las canchas de fútbol sintético están a toda hora alquiladas, lo que representa un disciplinamiento no sólo en el espacio de juego –que esta delimitado, limitado y cerrado– sino también en el tiempo que debe ajustarse al costo de la misma. Por el lado de las carreras de autos ya no existen circuitos callejeros11 trasladándose las pruebas a autódromos lo que origina, por ejemplo, que el que mira no sea visto del exterior, característico de los estadios modernos.
Si bien existe, como mostramos, una infraestructura urbana que permite desarrollar la mayoría de las prácticas deportivas que se ofrecen y que forman parte de la moda del entrenamiento físico, a diferencia de lo que ocurría a principios del siglo xx, por lo general se encuentran limitados a espacios privados y, cuando esto no se manifiesta directamente, lo “cerrado” se impone a partir del control o del disciplinamiento. En correspondencia con este fenómeno, los ejercicios de “corta duración” o que pretenden un éxito inmediato se han destacado por sobre aquellos que priorizan la lentitud. Esto se puede observar, entre otros, en los métodos de entrenamiento que promueven la intensidad por sobre la larga duración. El crosfit –un sistema de acondicionamiento físico con trabajos continuos y rápidos– o el entrenamiento funcional –que se realizan en grupos con posta–, son ejemplos de esta situación. Esto puede ser entendible si pensamos que muchos de los participantes disponen de un tiempo reducido tanto para ésta como para otras prácticas.
En este contexto, también, se destacan los megaeventos o grandes acontecimientos deportivos (Llopis Goig y García Ferrando, 2002) que despiertan pasiones efímeras entre los espectadores. En efecto la vorágine de las noticias –atravesadas por importantes coberturas mediáticas– consolida una percepción del tiempo en donde la noticia del día opera anulando la del día anterior. Esto se ha visto potenciado por la acción de los medios digitales (Fernández, 2018). En otras palabras, la retina del espectador está domesticada por el frenético cambio en donde todo se sucede rápidamente y muy poco permanece.
De acuerdo a la descripción que hemos realizado sobre las principales características del espacio para la práctica deportiva en la ciudad de Buenos Aires en esos dos períodos y su vinculación con la percepción del tiempo, a continuación expondremos los contrastes más significativos. Nos referiremos al espacio y al tiempo, resaltando en el primer caso a las oposiciones abierto / recortado, y público / privado, y en el segundo permanencia / cambio, y perdurable / inmediato.
Hacer referencia al espacio implica necesariamente discernir entre la constitución simplemente física y utilitaria, y la manera en que los actores lo significan al habitarlos, pensarlos y sentirlos (De Certeau, 1996). Los significados que se construyen están en relación con las prácticas específicas que se realizan, en este caso con las deportivas.
Hacia principios del siglo xx la ciudad de Buenos Aires aceleró el proceso de extensión desde el centro a la periferia movido principalmente por el crecimiento demográfico. Ante este panorama se buscó desde el Estado diseñar y proyectar una ciudad “moderna”, en donde los espacios libres para las prácticas deportivas tuvieran, como dijimos, un lugar preponderante. Si bien en un principio se intentó consolidar una distribución urbanística racional y regulada, varios de los deportes que estaban de moda requerían espacios más amplios. Esto fue lo que ocurrió, como vimos, con el ciclismo, las carreras pedestres o el automovilismo en los “espacios liberados” de la ciudad –y sus alrededores– y la natación en el Río de La Plata.
En estas últimas décadas, en cambio, una gran mayoría de las prácticas deportivas se realizan en ámbitos cerrados como los clubes o los gimnasios. Si bien es cierto que algunas disciplinas, como las carreras pedestres, requieren de espacios más amplios, se impone sobre ellas un control exhaustivo por parte del Estado y el terreno que se recorre, a diferencia de lo que ocurría en la etapa anterior, es más bien “conocido” y, al ser de asfalto, impide que se produzca cualquier tipo de imponderables, algo que le resta dramatismo a las pruebas. A su vez, el mismo espacio deportivo está estrictamente delimitado casi al milímetro. Por ejemplo, en el caso de las piletas “algunas no han recibido la aprobación de las comisiones federativas por medir 49,98 o 50,03 metros de longitud. Lo cierto es que las marcas se miden hasta la centésima de segundo. ¿Para cuándo el nanosegundo?” (Carbonnel, 1980, p. 39).
Lo abierto y lo recortado se encuentran en estrecha relación con lo público y lo privado. A principios del siglo xx, los espacios libres/liberados como la calle, la costanera o los cursos de agua en los cuales entrenaban los aficionados y se llevaban adelante las competencias, eran de acceso libre e irrestricto. En este aspecto, los gobiernos porteños –particularmente en la década de 1920– tuvieron un papel destacable. En su afán de incorporar a los sectores populares a través de hábitos como los citados, transformaron los espacios verdes en deportivos –con la incorporación de canchas de tenis, fútbol, piscinas– y proyectaron realizar muchas modificaciones como la construcción de piletas aprovechando el curso del arroyo Maldonado o un gran Stadium Municipal, que por diferentes circunstancias –principalmente presupuestarias– no se pudieron materializar (Arnoux Narvaja, 2017). Además, a través de la Dirección de Plazas de Ejercicios Físicos, organismo creado a tal fin y que tuvo en Arsenio Thamier un director enérgico, se instalaron gimnasios gratuitos en las plazas y se llevaron adelante diferentes tipos de convenios con instituciones privadas para que la población, principalmente infantil, pudiera ingresar gratuitamente. A su vez, todos estos ámbitos, en los cuales se encontraban personas de heterogénea procedencia, se transformaron en espacios de cohesión o de sociabilidad, en otras palabras, de pertenencia.
En estas últimas décadas, quienes pretenden realizar actividades deportivas –como la natación– deben recurrir en mayor o menor medida a instituciones privadas. Si en la primera etapa existían terrenos libres mínimamente acondicionados para jugar al fútbol, hoy en día, como mostramos, con la reforma de la gran mayoría de los espacios verdes en ornamentales y el cercamiento de los mismos, esas actividades están vedadas, lo que obliga a los aficionados a buscar alternativas como las canchas pagas. En lo que respecta a los espectadores, para presenciar competencias ciclísticas o automovilísticas, es necesario acudir a los velódromos o autódromos, lo que obliga a pagar una entrada. Algo similar ocurre con aquellos que desean participar de las maratones. Por último, es necesario reafirmar que estos espacios se han transformado en lo que Augé (1992) denomina “no lugares”, es decir espacios de anonimato y de transitoriedad en los cuales la circulación constante impide cualquier tipo de sociabilidad.
Hacer referencia a la temporalidad, a sus ritmos y duraciones implica remarcar que estamos en presencia tanto de realidades objetivas y medibles como también de percepciones internalizadas por los sujetos que dependen inexorablemente de los marcos de pensamiento que se imponen (Elias, 2015). Visto así, se podría decir –retomando a Durkheim– que el tiempo puede ser pensado como un hecho social en la medida que es exterior al individuo y, en cierta medida, se le impone coercitivamente incidiendo, agregamos nosotros, en su subjetividad.
Para aquellos estudiosos de la historia del deporte –particularmente los que defendieron un origen reciente–, la búsqueda de récords es uno de los rasgos característicos de las competencias modernas (Mandell, 1986). La medición del tiempo –y también del espacio– presupone una apreciación cuantificable necesaria para establecer criterios de éxito y frustraciones. Ahora bien, ¿en qué se diferencian los récords perseguidos a principios del siglo xx de los de las últimas décadas?
En los albores del siglo xx, y una vez reglamentadas gran parte de las prácticas deportivas, el objetivo que perseguían los deportistas era alcanzar estos récords que se medían en horas y, en algunos casos, hasta en días. Por ejemplo en la natación una de las hazañas que despertaba más admiración, como hemos mostrado, era la de permanencia en el agua; en el caso del ciclismo o el automovilismo los largos trayectos que insumían un tiempo considerable y que ponían a prueba el umbral de tolerancia al dolor de los propios deportistas.
En estas últimas décadas es evidente que se ha priorizado la velocidad. En este sentido, las unidades de medida dejaron de estar ligadas a la duración amplia y dieron lugar a la pretensión de rapidez. Esto puede observarse no sólo en las competencias ciclísticas en pistas peraltadas12 sino también en el automovilismo en dónde la técnica y la tecnología se encuentran al servicio de la celeridad. A su vez, para darle mayor dinamismo a la competencia y evitar una sensación de letanía, se van impartiendo ciertos cambios en los reglamentos con el objetivo de mantener constante la atención. Por ejemplo en el hockey sobre césped se incorporó no solamente la obligatoriedad del césped sintético sino también se permiten cambios ilimitados y los tiempos de juego se acortaron, pasando de dos de treinta minutos a cuatro de 15 minutos cada uno. A partir de los Juegos Olímpicos de la Juventud realizados en 2018 varias disciplinas readaptaron sus reglas a un terreno más chico y con mayor dinamismo.
Este contraste entre la permanencia y la rapidez se refleja en las noticias que circulan y la forma de informar. A principios del siglo xx, en las secciones dedicadas a los deportes, los periodistas apelaban al suspenso dejando abiertos los relatos a una continuidad informativa. Así, en la subjetividad de los lectores se generaba una sensación de tensión que sólo lograba ser resuelta en las sucesivas lecturas. Con la vorágine de las nuevas formas de circulación de información –como por ejemplo las redes sociales– esta sensación se ha perdido, y el espectador no necesita esperar el relato de la prensa escrita. El consumo de noticias deportivas actualmente es frenético, generando en la subjetividad un fluir incesante y vertiginoso de novedades, no sólo nacionales sino internacionales.
Estos rasgos de la temporalidad que, en nuestros ejemplos se desprenden de la percepción de lo estable y de lo efímero, los podemos observar tanto en lo que respecta a la práctica misma como así también en lo relacionado el éxito deportivo.
En referencia a la práctica en sí, en la primera parte del siglo xx, tanto los deportistas aficionados como los que pertenecían a una pequeña elite, entrenaban y competían regularmente movidos por una mejora paulatina y no en busca del resultado inmediato. Esto se observa, por ejemplo, en los nadadores que, en la preparación para el cruce del Río de La Plata, llevaban adelante un entrenamiento metódico que implicaba no sólo una exhaustiva disciplina sino también un lento progreso en los cuales la alimentación adecuada era un factor esencial. A su vez, la preparación estaba determinada por algunas competencias que gozaban de prestigio pero se realizaban esporádicamente, como lo indica Tiraboschi en una carta que le envía a otro nadador para que juntos hagan la travesía del cruce del Canal de la Mancha. Por el contrario, hoy en día hay una tendencia a buscar el desenlace inmediato sin considerar los riesgos que implica una preparación tan rápida. Esto se puede observar, por ejemplo, en casos que, movidos por un excesivo culto al cuerpo, entrenan sin control alguno. Además, existe una cantidad inimaginable de desafíos cotidianos (por ejemplo en lo que refiere a maratones, caminatas, pruebas en equipo, etc.) que generan una situación de constante excitación y de valoración de lo inmediato.
Por el lado del éxito deportivo, la oposición considerada se manifiesta más que nada en el imaginario que se construye en torno a los “ídolos” o referentes deportivos. En las primeras décadas del siglo xx, como bien señala Pablo Alabarces (2007, p. 43), “junto a la construcción de los arquetipos nacionalistas las clases populares estaban construyendo otro panteón, […] héroes populares y reales: los deportistas”. Esto se puede observar, por ejemplo, en la sección “la vida de un campeón” del diario La Nación en la cual se recorría la biografía de los deportistas más destacados ayudando a proyectar en amplios sectores de la población ciertos imaginarios sobre estos personajes.
Actualmente, en una sociedad atravesada por los valores de la posmodernidad, si bien algunos referentes siguen gozando de prestigio, la gran mayoría de los deportistas tienen un éxito relativamente fugaz. Esto es entendible si pensamos que la popularidad está determinada por un rigor –el del mercado– que se encuentra en permanente mutación (García Canclini, 1989).
Estos antagonismos nos pueden conducir, en última instancia –y como corolario del recorrido realizado– a la diferencia entre experiencia y juventud. De acuerdo a lo relevado, en los albores del siglo, los atletas experimentados continuaban desafiándose sistemáticamente –como fue el caso de Pedro Candiotti que nunca abandonó el objetivo de unir Rosario con Buenos Aires, gesta lograda en marzo de 1946, a los 53 años, con un tiempo de 75 horas y 18 minutos– a tal punto que se transformaron en una fuente permanente de admiración y consulta (Estol, 1947). Hoy en día existe un exacerbado culto a la juventud, cuyo paso genera frustración. Así, los aficionados que se vuelcan a las prácticas deportivas tienen, en muchos casos como objetivo, querer conservar ciertos rasgos que asocian con esa etapa de la vida.
A lo largo de este trabajo intentamos dar cuenta, a partir del análisis de fuentes variadas, cómo las transformaciones del fenómeno deportivo –en su doble dimensión de práctica y espectáculo– colaboró en la conformación de ciertas percepciones en torno al tiempo, que estuvieron relacionadas con la forma como los sujetos se vinculaban con el espacio, lo que implicó cambios significativos en el paisaje cultural.
Así, a principios del siglo xx, en un contexto en el cual el deporte tuvo un rol destacable en el proceso de “civilización” (Dunning y Elías, 2016), la percepción de permanencia y estabilidad en el tiempo se acompañaba de espacios muy amplios en los cuales los practicantes experimentaban una sensación de libertad y de tranquilidad. Esta situación se evidenciaba, como vimos, en la prioridad asignada a pruebas de largo aliento –como fue el caso de la natación en aguas abiertas o el ciclismo, las carreras pedestres (y hasta el automovilismo) en las calles de la ciudad– que contó con una gran cobertura mediática que colaboró, a su vez, en la naturalización de las prácticas y en la construcción de las subjetividades de época.
En estas últimas décadas, la forma de percibir el tiempo y su vínculo con los escenarios en los cuales se desarrollan las prácticas se ha transformado notablemente. Con el impacto de las nuevas tecnologías y la vorágine de una sociedad que promueve la inmediatez y lo “controlado”, el tiempo y el espacio se han convertido en algo “comprimido” (Lash y Urry, 1994), en un sistema que funciona a través de reglas estrictas de utilización que impiden la libertad de movimiento. Este fenómeno se observa en diferentes niveles. Por un lado, en lo que respecta a su práctica, al centrarse el interés en resultados inmediatos –tanto en los que aspiran a un récord como en aquellos que privilegian un cuerpo “fitness”–, son necesarios escenarios lo suficientemente limitados para poder mensurar las transformaciones o performances. Estas se manifiestan en límites físicos y rígidos (marcas en el suelo, barreras, rejas) como en fronteras simbólicas (los usos sociales, que se privilegian, del cuerpo). Por otro lado, en lo referido al espectáculo, las disciplinas se han adaptado a estas percepciones, no sólo llevando adelante las exhibiciones en lugares cerrados, sino también actualizándose a partir de nuevas reglamentaciones –como, por ejemplo, menor tiempo de juego o cantidad de jugadores–.
En líneas generales, el contraste entre dos etapas, principios del siglo xx y del siglo xxi, nos permite poner en evidencia sus diferencias que pueden relacionarse con otros aspectos de la vida social –la salud o la educación, entre otras–, aunque en este trabajo hayamos focalizado en el deporte.
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Fecha de recepción: Abril 19 de 2019.
Fecha de aprobación: Junio 21 de 2019