Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco

ISSN 2347-081X

http://www.revistas.unp.edu.ar/index.php/textosycontextos

2022. Núm. 10. 123-132

La identidad étnica

Notas sobre una otredad revisitada

Ethnic Identity: Some Notes on Otherness Revisited

Leticia Rovira

letrovira@yahoo.com

Universidad Nacional de Rosario - Universidad Nacional del Litoral

Fecha de recepción: 16 de marzo de 2022

Fecha de aprobación: 28 de mayo de 2022

Fecha de publicación: 31 de julio de 2022

Para citar este artículo: Rovira, Leticia (2022). La identidad étnica: notas sobre una otredad revisitada. Textos y Contextos desde el sur, Número 10, 123-132.

Resumen

Desde las ciencias sociales en general y la historia en particular se hace necesario acercarnos al fenómeno étnico como un anclaje más para abordar diferentes sociedades. Al emprender el análisis de las etnias, su delineamiento y sus identidades se generan renovados espacios de reflexión que ayudan a delimitar tanto grupos, como procesos sociales. En esta dirección los planteos aquí vertidos, de teóricos que abordaron la cuestión, tienen la finalidad de aportar algunas líneas de análisis al fenómeno en cuestión.

Abstract

From the Social Sciences in general and History in particular, it is necessary to approach the ethnic phenomenon as one more anchor to study the different societies. By undertaking the analysis of ethnic groups, their delineation and their identities, renewed spaces for reflection are generated that help to delimit both groups and social processes. In this respect, the proposals made here, by theorists who addressed the issue, are intended to provide some lines of analysis of the phenomenon in question.

Palabras clave

Teoría, Etnia, Identidades

Key words

Theory, Ethnicity, Identities

Introducción: el otro, construcción y abstracción identitaria

La “otredad”, según la RAE, significa “la condición de ser otro”. Sin ponernos filosóficos, podemos decir, que hay otros individuales y otros grupales. Las relaciones que se entablan entre un “yo/nosotros-nosotras” y un “el-ella/ellos-ellas” pueden ser descriptas de manera muy general como positivas o negativas. La construcción de una visión y relación con esos “otros-otras” no es lineal, hay movimiento, intersecciones, no se entiende desde una sola arista, intervienen y actúan diversas variables. Se arman y construyen las relaciones sociales poniendo en juego varios planos a la vez, la clase, la edad, el género, la etnia, la nacionalidad, etc.

De esta forma se abona la diversidad socio-cultural dentro de cada sociedad y entre diferentes sociedades. Se plasma entonces una heterogeneidad que surge en los planos político, social y cultural, y a la que se vinculan diversas adscripciones identitarias y socio-productivas propias de, o impuestas, a los actores en sus relaciones sociales.

Esto ya lo marcaba Hobsbawn (1993-1994) cuando planteaba que somos seres multidimensionales que nos identificamos de diversas formas a través de la autoadscripción a heterogéneas e incluso a contrapuestas identidades. Subrayaba la “irrealidad” de la identidad de pertenencia a un grupo particular como exclusiva, ya que nos sentimos parte de una multiplicidad de ellos. Conjuntamente con esa premisa explicita que, aunque veamos estas filiaciones como “naturales”, las construimos, deconstruimos y reconstruimos a partir del entramado social y sus procesos.

Algunas de tales identidades tuvieron y tienen una expectativa asimilacionista. Estas son en general las relacionadas a lo político. En la antigüedad podemos hallarlas en la asociación, identificación y lealtad hacia un reino o una dinastía gobernante o en la actualidad a un estado nación. Estas configuraciones políticas pueden pretender homogeneizar a los pueblos que gobiernan bajo tales identidades políticas, pero se producen una variedad de otras formas de adscripción que conviven y se relacionan de manera tal que la diversidad socio-cultural nunca es solapable o pasible de ser asimilada para igualar a todos los individuos de manera total y totalitaria. De esta forma, se debe entender que algunas identidades no se destilan únicamente de arriba hacia abajo o viceversa, sino que se construyen o ensamblan con aportes de toda la sociedad. Esto generalmente se da de manera implícita, como por ejemplo el sentimiento de pertenencia a una comunidad o grupo étnico. Por ello, las identidades colectivas se presentan en tanto son necesarias para el desenvolvimiento de la dinámica social e intergrupal. Los individuos, al actuar en común, toman conciencia del grupo y lo reafirman en relación con lo que los afecta y moviliza como entidad.

En esta dirección es importante retomar el concepto de “comunidades imaginadas”, acuñado por Benedict Anderson (1997, p. 24): “todas las comunidades mayores de las aldeas primordiales de contacto directo (y quizás incluso estas) son imaginadas. Las comunidades no deben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por el estilo con que son imaginadas”.

Las formas de representarse que asuma y/o que le sean dadas a tales colectividades son unos de los aspectos que inciden en la conformación de su identidad como conjunto. Por esto, el concepto que nos propone Anderson es válido para indagar la diversidad de grupos sociales antiguos y modernos, por su planteo de que el imaginario social es una de las bases que conforma la identidad del grupo (el cual se gesta como comunidad de intereses) y, siendo así, se manifiesta como un sistema cultural presente y activo en la cotidianeidad de los actores.

El aspecto de “imaginadas” de las comunidades, no debe entenderse en el sentido de ficticias, sino de abstractas, lo cual no disminuye la realidad de su aprehensión y vivencia por quienes la conforman, haciendo que las representaciones se alcen como contrafuertes de otros aspectos como pueden ser el religioso, el económico o el político. Por esto, la importancia de la construcción de una comunidad (sea ella étnica, nacional, etc.), en cualquier período temporal, no se limita solo a la percepción de cuestiones objetivas, sino que está permeada, además, por las subjetivas, como las representaciones colectivas prescritas desde el poder y cimentadas desde el pueblo o viceversa, pero de una u otra forma, arraigadas en toda la sociedad.

Acercando la lente: las identidades étnicas

Una de esas formas que tienen de imaginarse las comunidades es a través de las identidades étnicas.

Al tratar de delimitar y escudriñar cómo se conforma y qué abarca la identidad étnica, así como a qué nos referimos cuando enunciamos los conceptos de etnia, grupo étnico y etnicidad, nos enfrentamos a un desafío. Esto nos ocurre al percibir que ellos, se resisten a encorsetarse, se empeñan en no aparecer como uniformes, monolíticos o estancados. Cada una de estas nociones podemos trabajarlas separadamente, pero no aislar la una de la otra, ya que en conjunto refieren a un sistema identitario. Muchas veces se ha tratado de desentrañar el problema que surge a la hora de definir sus límites, sus incumbencias, sus injerencias y su función en todo tipo de sociedad. Las posturas, enfoques y exámenes que se han esbozado sobre la problemática de este sistema identitario, han sido variados y hasta contrapuestos a través del tiempo, a partir de las producciones de diversos autores que no pertenecen a un solo campo científico, sino a múltiples especialidades, desde las cuales exponen sus puntos de vista.

Algunos de los aportes más productivos provienen de la Antropología y la Historia. La primera, y en un comienzo la “clásica”, ha sido pionera en este tipo de estudios. Su interés por la otredad coaligaba lo exótico con la etnicidad y lo sostenía como el objeto antropológico por excelencia. En los años setenta del siglo XX, los grupos aislados dejaron de ser el único núcleo de su interés, desmitificando lo exótico para abordar, además, las relaciones dadas en y entre sociedades. En dicha disciplina los estudios étnicos se reforzaron, a partir de un cuadro teórico más preciso como consecuencia de los movimientos sociales en vigencia, relacionados a las reivindicaciones identitarias. Así los antropólogos dieron el paso adelante, brindando el andamiaje para los subsecuentes recorridos de los historiadores preocupados por dicha temática.

F. Barth es el representante del inicio de los estudios modernos sobre la problemática étnica, centrados en la dinámica étnica. En su compilación Los grupos étnicos y sus fronteras (Barth, 1976) hizo eje en las relaciones interétnicas, en la persistencia de la etnicidad de los grupos más allá de los contactos y pasajes hacia otras etnias. Su postura no acuerda con que las diferencias sólo se manifiestan y se mantienen a través del aislamiento de las comunidades.

Para el autor cada etnia se definiría por la identidad a la que adscriben, circunscribiéndose, de esta manera, como un todo que se cree homogéneo al delinearse por las relaciones interétnicas. Su análisis de los grupos étnicos acentúa el valor que se da el grupo en sí mismo (autoadscripción), marcando un “límite” con un afuera, con otro diferente. Este límite lo enuncia como eminentemente social, aunque no de modo exclusivo, pudiendo incidir en él otros factores, como por ejemplo el territorial, pero que no tienen la importancia clave que le da a las relaciones sociales.

Barth critica las posiciones que ponen ,en primer término, las diferencias culturales como estáticas y que serían las que caracterizan a cada etnia y la “delimitan objetivamente”1. Al basar su explicación en la identidad étnica de los grupos, enfatiza los factores subjetivos de los mismos ya que sostiene que lo que se debe tomar en cuenta a la hora del análisis, no es la suma de diferencias llamadas “objetivas”, sino las características que los mismos actores quieren resaltar y sienten significativas como diferenciadoras; siendo por esto una selección y, como toda selección, tiene algún punto de subjetividad. La continuidad de los grupos se mantiene al distinguirse notoriamente de otros a través de una cultura persistente, pero no inmóvil, llenándose de contenido a partir de los contrastes que ayudan a conservar las dicotomías, pero sabiendo que estas pueden ser modificadas en el tiempo y por el entorno (tanto geográfico como social).

Se ha marcado, según otros estudiosos, que la debilidad del planteo barthiano se origina al centrar y demarcar el problema étnico partiendo de lo subjetivo en detrimento de lo objetivo. Pensamos que este ofició en su momento de quiebre con las posturas que definían a lo étnico a partir de conjugar solo rasgos materiales, ligados a lo fenotípico y como sinónimo de “raza” y creemos que la mirada más productiva se encontrará al no evitar ni lo subjetivo ni lo objetivo, que no se los puede separar en compartimentos estancos ya que se modifican mutuamente.2

Otro aporte enriquecedor a la hora de atender las cuestiones de la identidad étnica se dio desde la escuela Soviética. Bromley (1974), uno de sus exponentes3, trató de echar luz sobre el problema que implica el uso del término ethnos, que se caracteriza como un concepto polisémico. Plantea que este no nos ayuda por sí solo a distinguir las diferentes categorías de análisis que se necesitan para el estudio de lo relacionado a las etnias, ya que se lo toma en un sentido amplio para denotar diferentes comunidades sociales formadas históricamente, tales como el Estado, el clan, la familia, etc. Explicó la elusividad de lo étnico, y que no puede definirse aislado de lo social, dando paso a entender que tal variabilidad está en su carácter histórico, y que no por ello es inanalizable. El ethnos implica a los sujetos que lo componen, presentándose como un concepto abarcador que es delimitado por “características principales” como las llama el autor, la cuales son: los rasgos culturales relativamente estables que cada ethnos comparte (arte folk, costumbres, ritos, cultura material, etc.), la conciencia de una identidad como grupo, planteada en la autoadscripción al ethnos y en la toma de un etnónimo, además de la creencia en un origen común, y la visualización como distintos a otras comunidades.

La mirada de Bromley como las de Barth, ayudan a despejar de alguna forma lo “huidizo” de la problemática étnica. Ambos nos proponen una perspectiva relacional, dialéctica.

Otras posturas, que produjeron un debate sobre la problemática étnica se dieron, y se siguen dando, entre los llamados constructivistas en contraposición con los esencialistas (estos últimos en retroceso, aunque algunos resisten, sobre todo desde la biología). Los esencialistas, en el que entra Van Der Berghe (1978), establecen que la etnia se basa en la conjunción de rasgos biológicos que persisten a través de generaciones, en relación a la endogamia, destacando con frecuencia, un sentido de neto corte racial sin entrar en lo social.

En tanto los constructivistas postulan que los grupos sociales, entre ellos el étnico, se articulan a través de una construcción ficticia, que se institucionaliza en la comunidad a fin de reinventarse y perpetuarse como un conjunto una y otra vez. Hay planteos extremos como el de Sollors (1989), pero son mucho más ricos los de los autores ya nombrados como Anderson (1997), Hobsbawn (1993-1994) y Hobsbawm y Ranger (1983) en tanto sus formulaciones se refieren a la “construcción social” de las identidades y no a una “neta ficción” de las mismas. Se debe destacar de ellos, que en sus obras se tiene en cuenta lo histórico a partir de diferentes perspectivas que van desde lo objetivo a lo subjetivo de cada sociedad y de cada proceso, por lo cual debe considerárselos como agudos analistas. Sus miradas amplias les permiten reconocer fenómenos que no por ser construidos dejan de ser reales y no hablan de ficción en un sentido estricto y literal, sino queriendo descubrir el velo de la “naturalización” que se plantea en diversos procesos como es el de la conformación de las identidades.

En esta dirección se debe dejar en claro que la identidad étnica se conforma a través de un entramado de relaciones y elementos materiales e ideológicos, que nos debe llevar a entender que ella es un proceso en movimiento, de interacción entre rasgos objetivos y subjetivos.

En el ámbito latinoamericano también se realizaron estudios sobre la problemática étnica, en los que influyeron cuestiones concernientes a las poblaciones aborígenes de la región. En tales investigaciones, el interés estuvo centrado, preponderantemente, en las relaciones entre los grupos indígenas y el estado nación, pero también en la etnicidad campesina, los migrantes internos, etc.4

Díaz Polanco (1981, 1984) es uno de los exponentes que se acercó a la etnicidad en sociedades modernas latinoamericanas que presentan población indígena y mestiza. El eje de algunas de sus investigaciones gira en torno a la relación entre clase y etnia. Desde su recorte, el autor manifiesta como ahistóricos a los estudios de la problemática étnica si no se la vincula con la estructura clasista. Esta ligazón que efectúa de las categorías las expresa como las caras de una misma moneda, mostrando a la problemática étnica como traspasada con la dimensión de clase.

A su vez Díaz Polanco rescata la perspectiva de la historicidad del problema de la identidad étnica. Tal autor plantea que las etnias, al mantenerse y reproducirse, se mueven dentro de procesos que pueden llegar a modificarlas y que conjuntamente con los cambios estructurales-históricos desembocan, a veces, en un cambio de identidad; no siendo por ello el único punto de encuentro de estos grupos con la historia su nacimiento o su extinción, sino también su proceso dinámico de desenvolvimiento. Queda de esta forma explicitada la distancia del autor con los análisis que proclaman la inmutabilidad de la identidad étnica.

Es entonces claro, a través de los trabajos seleccionados como ejemplo en estas líneas, que es necesario un análisis relacional de las identidades étnicas. De esto fue pionera, en lo que respecta a los estudios sobre las sociedades antiguo orientales, Cristina Di Bennardis/De Bernardi. En esta dirección, ella analizó un abanico de dimensiones teóricas muy ricas poniendo sobre el tapete lo estructural, lo procesual y lo situacional. Por tal razón, retomando sus análisis sobre las identidades étnicas en particular y abriéndonos a otras identidades en general, bregamos por la necesidad de seguir tales líneas en los estudios antiguos en general y en los concernientes a la Mesopotamia antigua en particular con rigurosidad, pero a la vez con amplitud de criterio y teniendo en cuenta la interdisciplinariedad sin dejar de lado, claramente, los análisis multicausales con un centro “duro” en las problemáticas sociales.

Cerramos estas miradas sobre la etnicidad con la definición de Di Bennardis/De Bernardi de etnia como forma necesaria de acercarnos al análisis de las identidades étnicas en la Mesopotamia antigua5:

Una etnia es un conglomerado humano, de dimensiones diversas, con una especial y propia relación con un territorio determinando, sobre el que pueden estar establecidos de manera más o menos homogénea, compartiéndolo o no con otras etnias; que reconocen una historia común que les provee particularidades relativamente estables de lengua y cultura; y que poseen autoconciencia de unidad y diferencia de otros conglomerados humanos – generalmente expresada en un etnómino– base del sentimiento de pertenencia e identidad étnica, y que no necesariamente coincide con la pertenencia política (Di Bernardi, 1998, p. 309).6

A modo de cierre

Más allá de las diversas formas de organización y adscripción que pudieron y pueden adoptar las sociedades, encontramos presentes en ellas a las identidades étnicas. Estas se manifiestan imbricadas en los procesos sociales, marcan diferencias, clasifican, jerarquizan y trazan límites. Las identidades étnicas, como otras identidades colectivas, delimitan su “territorio” y sus fronteras, definiendo las relaciones con los “otros”; puntualizan el adentro y el afuera, así como significan y resignifican las estructuras grupales. Además, conservan y modelan su pasado para vivir su actualidad, proyectar su forma y contenido hacia adelante, no siempre idénticas a sí mismas, sino incorporando los cambios producidos en las sociedades en las que se manifiestan.

La identidad étnica es intensamente sostenida por la autoadscripción al grupo, así como por la o las designaciones que otros le dan, generando y reforzando fronteras de diferenciación, constituyéndose así como una identidad grupal preferente, según el ámbito y el momento en que se despliegue, por su dotación de maleabilidad y cambio intrínseco. No obstante, es necesario decir que, aunque no es definida solamente a partir de las relaciones interétnicas, se retroalimentan a partir de los procesos socio-culturales y materiales que generan y modifican a los grupos. En tanto, las relaciones interétnicas son las que hacen salir a la luz las fronteras étnicas, y lo cultural y lingüístico es en donde tales límites se ven franqueados en mayor medida, pero sin desaparecer.

Es entonces que introducir el problema de la identidad étnica, en este caso a partir de varios autores, es parte de tratar de analizar el orden social, las concepciones imaginarias y construcciones materiales, objetivas y subjetivas, todas ellas cuestiones que la forman y también la sustentan. En esta dirección, se analizó a partir de un recuento de diversas posturas, la importancia del estudio de las identidades étnicas. Esto se trató de dar en un marco de dinamismo, ya que tanto la sociedad como su clivaje étnico portan movimiento, que se encarna y manifiesta en los cambios y reestructuraciones expuestos a través de la historia y las sociedades que las construyen día a día.

Notas

  1. Para este autor “el foco de la investigación es el límite étnico que define al grupo y no el contenido cultural que encierra. Por supuesto los límites a los cuales debemos dedicar nuestra atención son los límites sociales” Barth, 1976, p. 17.
  2. Remitimos a Siffredi y Briones de Lanata (1989) que desarrollan este planteo, con el que acordamos.
  3. Muchos son los aportes a la problemática de la etnicidad desde la escuela soviética, en algún punto acicateada por la necesidad de un estado multiétnico. Lenin (1984) ya se planteaba el problema.
  4. Algunas investigaciones clásicas referidas a estos temas son: Cardoso de Oliveira (1971); Bartolomé (1979); Sabate (1982); Díaz Polanco (1981 y 1984). Las investigaciones en América Latina también se acercaron a los problemas de la etnicidad relacionado con la inmigración de los siglos XIX y XX, en general europea, hacia los países más australes del continente, como la Argentina. En tanto en Estados Unidos los estudios sobre etnicidad se han basado en los grupos negros, judíos, irlandeses, etc., sus relaciones sociales y con el Estado-nación.
  5. Un caso ilustrativo de grupos étnicos en la antigüedad siro-mesopotámica se puede ver en Rovira 2019.
  6. Con esta definición de Di Bennardis/De Bernardi, también señala que: “(...) Trato, en esta definición, de destacar aspectos objetivos (territorio, lengua, cultura) y subjetivos (autoconciencia expresada en un etnónimo); también pretendo ponderar lo cuantificable y lo variable dentro de una etnia, al marcar la estabilidad de la lengua y ciertos elementos culturales, aunque señalando la relatividad de dicha estabilidad. Esta definición se basa en la de Dragadze citada por Renfrew (1990:177) (...)” (De Bernardi, 1998, p.309).

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