The protection issue and the political ways in times of pandemic: Historicized from the latin american periphery
Edgardo Manero
Edgardo.Manero@ehess.fr
CNRS/EHESS (Mondes Américains)
Movilizando tendencias en curso, la pandemia del Covid19 parece implicar una inflexión en la historia contemporánea de la relación entre la protección y los fundamentos de la soberanía estatal. Nos recuerda no solo que el hecho estratégico bajo la forma de catástrofes del orden de la naturaleza o de la cultura delimita historicidades, sino también la vigencia de la seguridad como función principal y fundamento del Estado. Si el carácter global de la amenaza demanda multilateralismo, la respuesta, condicionada por las diversas culturas políticas, fue reforzar la soberanía del Estado-nación. En América Latina, la pandemia no solo reinstaló la cuestión de la soberanía; a diferencia de otras regiones como Europa occidental, también es un vector de nacionalismo que, como siempre, es polisémico. Su tratamiento evidencia tanto la vigencia como los límites de la épica de la unidad nacional frente a la amenaza exterior. La tensión histórica entre la legitimidad dada por el “territorio” o el “pueblo” a la Nación reaparece detrás de las representaciones y de las prácticas de protección, subrayando diferentes proyectos de sociedad. Como otros fenómenos de carácter estratégico, el abordaje de la pandemia en la pluralidad de sus manifestaciones requiere diferentes escalas espaciales.
The Covid19 pandemic seems to imply a inflection in the contemporary history of the relationship between protection and the foundations of state sovereignty, as it mobilizes ongoing trends. It reminds us not only that the strategic fact in the form of nature or culture catastrophes delimits historicity, but also the validity of security as the main function and foundation of the State. If the global nature of the threat demands multilateralism, the response, conditioned by the various political cultures, was to strengthen the sovereignty of the nation_state. In Latin America, the pandemic not only reinstated the issue of sovereignty; unlike other regions such as Western Europe, it is also a vector of nationalism that, as always, is polysemic. Its treatment shows both the validity and limits of the national unity epic in the face of the outside threat. The historical tension between the legitimacy given by the "territory" or the "people" to the Nation reappears behind the representations and practices of protection, underlining different projects of society. In the same way as other phenomena of a strategic nature, approaching the pandemic in the plurality of its manifestations requires different spatial scales.
Pandemia, Nacionalismos, Estrategia, Protección, América Latina.
Pandemic, Nationalisms, Strategy, Protection, Latin America.
La pandemia del Covid19 nos expone a la necesidad de repensar las formas de lo político en relación con la cuestión de la protección en un mundo globalizado. Nos obliga a considerar las diversas formas de la catástrofe en sus implicaciones concretas, reubicándolas en la Historia y considerando las experiencias de los distintos actores sociales. De las consecuencias geopolíticas a la movilización de las Fuerzas armadas y de seguridad, pasando por la propagación de prejuicios, la estigmatización y la segregación, la violencia de género o el aumento de la inseguridad, la crisis sanitaria de 2020 posee un fuerte componente securitario que no se reduce a la militarización de la salud o a las obediencia y resistencias de las sociedades, a los “Estados de excepción” establecidos para garantizar los cuidados de la población en riesgo.
En este marco, lo estratégico ayuda a hacer descifrable la pandemia como acontecimiento histórico de excepción. Lejos de predecir el tipo de sociedad, nacional e internacional, emergente, se trata de historizar el fenómeno.
Como otros temas que condicionan la agenda internacional en el desorden global - crimen organizado, migraciones, comercio, energía, medioambiente - la pandemia forma parte de los procesos sociales que tienen lugar a diferentes escalas espaciales, integra asuntos que son tanto internacionales como domésticos. Si la forma de tratar o abordar el objeto determina el acento sobre la escala elegida, la articulación de las diferentes escalas muestra la compenetración de lo global y lo local, permitiendo destacar las diversas facetas.
La pandemia participa de la naturaleza dual de un sistema global y de las tensiones correspondientes entre lo inter y lo trans (nacional y estatal) que da como resultado un conjunto de interacciones complejas y conflictivas entre actores de orden público y privados de naturaleza heterogénea. Como otras cuestiones de carácter estratégico, para aprehender la pandemia en la pluralidad de sus manifestaciones, el análisis debe tener en cuenta cinco escalas espaciales, a saber: local, nacional, regional, global y transnacional. Construida a partir de la capacidad de un fenómeno de extenderse a través de las fronteras y más allá del control de los Estados nacionales, la escala transnacional debe diferenciarse de la internacional; es decir, no debe reducirse a la relación entre los Estados nacionales.
La escala transnacional considera fundamentalmente la capacidad de las cuestiones que se perciben como amenazantes —que no se reducen a individuos y grupos— como lo evidencia la pandemia, así como la de aquellos actores destinados a enfrentarlas para cruzar las fronteras específicas de los diversos espacios a través de trayectorias, circuitos y redes más o menos autónomas que suelen desafiar las bases territoriales de la soberanía tradicional y la identidad defensiva nacional1.
El enfoque transnacional como respuesta al análisis que toma al Estado-nación como un campo de estudio, como un objeto autónomo claramente delimitado y cuyas fronteras corresponden a las de la sociedad, no implica su negación2. El cuestionamiento del Estado-nación como principal unidad “sociológica” de análisis no significa que se deje de lado al actor estatal ni a los sentimientos, como los nacionalismos, que puede inspirar. Lo transnacional incluye una multiplicidad de actores, de los cuales el Estado es el más importante, como lo ilustra la centralidad que tomó frente a un fenómeno global como es el coronavirus. Dicha centralidad, que resulta de su rol en la protección, interpela, aunque no desmiente, las interpretaciones que, desde los ’90, sostenían que los gobiernos tienen menos margen de acción en la toma de decisiones, condicionados por actores supranacionales (bloques regionales y organismos multilaterales) y subnacionales estatales (estados provinciales) y no estatales (grupos de presión —incluidas las minorías—, empresas u ONGs).
La pandemia movilizó todos los campos del conocimiento, cuestionando las fronteras disciplinarias, provocando un debate global sobre la oportunidad histórica (o no) de resignificar las relaciones sociales. Las “Humanidades”, en tanto que conjunto disciplinario que abarca desde las ciencias sociales al psicoanálisis pasando por la filosofía o la literatura, participaron de los debates aunque estuvieron, a diferencia de las Ciencias naturales, lejos de la praxis monopolizada por los discursos bio-médicos.
Los temas que se discutieron poseen una cierta universalidad. En un primer momento se trató mayoritariamente de interpretaciones altamente ideologizadas, construidas a partir del capitalismo globalizado y de sus responsabilidades en la emergencia y la propagación de la enfermedad. Aunque se deben distinguir los análisis que se sitúan en el puro presente, en la inmediatez de la crisis y sus manifestaciones puntuales, de los que la emplazan en una perspectiva temporal dada por el capitalismo como formación económico-social, se trata, en general, de interpretaciones deshistorizadas que carecen de un espesor histórico suficiente o no se inscriben en una reflexión diacrónica de larga duración.
Dos visiones contrapuestas se manifiestan articuladas a partir del binomio rupturas y continuidades: los que sostienen un cierto inmovilismo - poco cambiará tras la enfermedad - y los que especulan con la redención de la sociedad y del planeta como consecuencia de la “oportunidad” que la pandemia significa. La proliferación de diagnósticos construidos alrededor del cambio debe considerar que el coronavirus apareció en una época en la que la confianza en los gobiernos, en la política y en las élites tradicionales está socavada. La insatisfacción se expresa en movimientos sociales de magnitudes diferentes en geografías diversas.
Por un lado, la pandemia es relacionada con el cuestionamiento o mantenimiento de un orden social determinado, producto de la revolución conservadora y del fin de la Guerra fría, llamado de forma simplista neo-liberalismo. Tanto en la periferias como en los centros, las reflexiones giran en torno al inicio o no de un nuevo capítulo de la Historia. Slavoj Zizek (2020) afirma que la pandemia es ante todo un golpe letal al capitalismo de un mundo sin fronteras y una gran oportunidad para reinventar el comunismo. La pandemia le propinaría “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista”. Un amplio espacio que va de Judith Butler a la mayoría de los autores de la publicación El Futuro después del Covid-19 (Autores Varios, 2020) en Argentina, piensa la enfermedad como una posibilidad de repudiar el individualismo exaltado por el neoliberalismo, a partir del carácter desigual del sistema evocando un mundo post-pandémico que tendría mucho más Estado y menos mercado, con poblaciones concientizadas y politizadas por el flagelo al que fueron sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas”. En otro registro, Byung Chul Han (2020) refuta la tesis del esloveno y sostiene que “tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza”. Desde la literatura, Michel Houellebecq, lejos de la llegada de un “nuevo mundo”, apuesta por un mundo “ligeramente peor”; todo permanecería exactamente igual, mientras que Guillermo Saccomanno sostiene que “no vamos a ser mejores luego de la Pandemia”.
Por otro lado, el análisis es orientado por lecturas diversas de la globalización como proceso e ideología. Yuval Noah Harari (2020), con un discurso coherente con la globalización, sostiene que los gobiernos más poderosos deben dejar de pensar en términos de nacionalismos y de ventajas sanitarias monopólicas y actuar globalmente y con responsabilidad. Según él, la historia demuestra, por la existencia de múltiples pandemias, que no hay razón para incriminar o responsabilizar a la globalización por la existencia del Covid19. Sería erróneo que la crisis sanitaria lleve a tomar medidas en contra de las dinámicas globalizadoras, el orden anterior debe continuar. Desde otra concepción de la interdependencia, Joseph S. Nye (2020), subraya la importancia del “poder con” en vez del “poder sobre” los otros, sosteniendo que, en asuntos transnacionales como la pandemia y el cambio climático, el poder se vuelve un juego de suma positiva. Pensar en el poder de uno sobre los otros no es suficiente, también hay que pensar en el poder que se tiene con los otros. En muchas cuestiones transnacionales, empoderar al otro ayudaría al propio país a cumplir sus objetivos: si otros países mejoran sus sistemas de salud pública, todos salen beneficiados. En las antípodas, Aleksandr Duguin (2020) evoca un nuevo mundo post-globalista, postliberal, un tiempo de nacionalismos populares soberanos, comparando la pandemia con la caída de la URSS. La crisis resultante de la pandemia habría adquirido una escala mundial, sería imposible volver a la situación anterior.
Progresivamente, la idea de que la pandemia acelera tendencias se consolida, el énfasis comienza a ser puesto en el impacto en la sociedad y en el Estado. Sin embargo su dimensión securitaria se mantiene, en general, reducida al control social por los Estados. Interpretaciones derivadas del “biopoder” y de la “biopolítica” de raíz foucaultiana coexisten con diversas teorías del complot. Tempranamente Giorgio Agamben (2020) había aludido a la “invención” y al “pretexto” de la epidemia, a la instalación de un clima de pánico generalizado con graves limitaciones al funcionamiento de la vida cotidiana, instrumentalización destinada a generalizar el estado de excepción como paradigma para gobernar tras la desaparición del terrorismo islámico.
El coronavirus es un punto de inflexión. Como en 1945 o 1989, el mundo posterior a la pandemia será, en muchos aspectos, diferente. El hecho estratégico, en forma de catástrofes del orden de la naturaleza o de la cultura, delimita historicidades. Tanto en el tiempo circular de las sociedades “arcaicas”, en el sentido etimológico del término de origen, comienzo, como en el tiempo lineal de las sociedades “modernas”, la catástrofe inscribe la historia en otra temporalidad. Tradicionalmente, la demarcación de la historia en Occidente ha involucrado eventos violentos. Para Henry Rousso, el fenómeno guerrero ha marcado el tiempo histórico occidental moderno desde la Revolución Francesa (2012, p. 19).
La pandemia subvierte una historia lineal, cuyas periodizaciones estaban dadas por catástrofes “culturales” más que “naturales”, como lo ilustran las fechas de los acontecimientos generalmente elegidos: 476, 1453, 1789, 1945, 1989, 2001. Aunque se inscriba en una tendencia -la de la acción de los hombres sobre los ecosistemas-, pueda emanar de prácticas como la manipulación científica y se expanda por ciertos hábitos culturales, la pandemia resta una catástrofe “natural” que cuestiona el antropocentrismo de la temporalidad teleológica moderna dada por guerras y revoluciones. El Covid19 reinstala una centralidad de la naturaleza abandonada. Como lo evidencian los diversos mitos del diluvio, las catástrofes del orden de la naturaleza tienen un rol protagónico en la institución de los ciclos de las sociedades arcaicas, lo que constituye una diferencia significativa con las periodizaciones en las sociedades modernas resultado de catástrofes “culturales”.
La pandemia impregnó la vida cotidiana cambiándola, aunque no haya implicado, como otras catástrofes, a la manera de las guerras con las que se la compara, un número “significativo” de muertos ni la desarticulación de un “orden” político internacional bajo la forma del colapso. Aunque en los Estados Unidos en un período muy corto —los primeros tres meses— hubo más muertes por coronavirus que en todas las intervenciones militares desde el fin de la Segunda Guerra mundial, la pandemia como ruptura histórica no resulta de lo cuantitativo. El hecho histórico universal no es tampoco la enfermedad en sí. Epidemias hubo muchas y, en lo que concierne a su letalidad, el Covid19 no tiene ninguna singularidad ni en términos relativos ni en términos absolutos, comparado con las enfermedades de la pobreza como el cólera, paludismo, malaria, diarrea, tuberculosis, dengue, sarampión o con enfermedades más universales como infartos, cáncer, ACV o diabetes. Ahora bien, no es un virus más, como lo demuestra la versatilidad de su comportamiento. La baja tasa de mortalidad, que permite comparaciones generando dudas sobre la gravedad, viene acompañada de formas más graves que no sólo atacan el aparato respiratorio, sino que también trascienden las poblaciones de riesgo: los adultos mayores y los portadores de enfermedades preexistentes. El riesgo se desprende de la capacidad de contagio y del consecuente colapso de los servicios de salud. La universalidad y la velocidad con que diversos países implementaron el aislamiento -hecho que caracteriza la respuesta a la pandemia- es su consecuencia lógica.
El acontecimiento histórico está dado por la proporción y la extensión de lo imprevisto, por la incertidumbre que rodea al virus a la que se refiere E. Morin (2020). Consecuencia de las transformaciones en la relación tiempo-espacio producto del proceso de globalización, por primera vez una enfermedad afecta estructuralmente, a diferencia de las gripes porcina o aviar, de forma simultánea y rápida a la totalidad del planeta.
La pandemia comparte con guerras y revoluciones su carácter de momento de excepción, de fenómeno trascendente de la historia. Esto resulta de la aparición de un hecho de dimensiones globales sin precedentes y su consecuencia, la reconfiguración radical de la vida social que impuso, desde lo íntimo y lo privado hasta lo geopolítico y lo económico. El cambio disruptivo que provocó, volvió irreconocible la vida cotidiana a partir de la interrupción de la actividad económica y social por los confinamientos.
El Covid19 posee una fuerte dimensión simbólica: hace sentir la amplitud de catástrofes globales ya largamente anunciadas. Si bien moviliza cuestiones instaladas, es una enfermedad que, nos hace entrar de lleno en esa nueva temporalidad dada por el cambio climático. Si la pandemia puede no estar directamente relacionado con el clima, parte de la comunidad científica sostiene que existen razones para creer que el cambio climático causará nuevas pandemias. Para el climatólogo Edward Bard (2020) el Covid19 presagia la rápida propagación del calentamiento global. Para J. Baschet (2020), sería una enfermedad del capitalismo neoliberal —aunque haya aparecido en un país “comunista”—, correspondería a una época geológica, el “capitaloceno” —equivalente al antropoceno—, caracterizada por el impacto del hombre sobre la tierra. Esta reflexión se inserta en una perspectiva histórica, generalmente ausente en los escritos sobre la pandemia, subrayando el supuesto carácter zoonótico del Covid19.
El coronavirus aporta, en ese sentido, no solo un elemento nuevo al imaginario posible de la catástrofe global, sino, sobre todo, una materialidad concreta. La propagación de visiones catastrofistas, bajo formas religiosas, científicas e ideológicas, es una característica de las sociedades de inicios del siglo xxi. De dicho enfoque participan tanto los partidos ecologistas como las diversas formas de supervivencialismo. La cultura prepper en tanto expresión del movimiento orientado a la preparación para sobrevivir a una posible catástrofe, se constituyó en un fenómeno significativo en los países desarrollados como lo evidencian programas de TV y sitios internet. A pesar de la evolución con respecto a sus orígenes en los años 1960, la voluntad de autonomía y autarquía del supervivencialismo sigue siendo expresión del individualismo y negación de la salvación colectiva. Puede ser interpretado como una manifestación, tal vez la más emblemática, del incremento del “yo” en relación al “nosotros” que caracteriza a los sujetos en Occidente desde la crisis de los grandes relatos.
El Covid19 evidencia a escala global una forma de la catástrofe que hasta ese momento aparecía fragmentada, unifica miedos múltiples. La pandemia, en su causa y consecuencias, moviliza diversos discursos apocalípticos ligados a la crisis ambiental y al desarrollo tecnológico, obligando a repensar los vínculos entre naturaleza y cultura, entre lo humano y lo no-humano. Evoca ecosistemas devastados y sociedades distópicas, hace referencia al apocalipsis como revelación, desvelando las amenazas que pesan sobre las sociedades contemporáneas.
Lo que se presentaba como la obra, bajo la forma del castigo, de responsables metasociales —casi todas las civilizaciones tuvieron y tienen sus respectivos mitos sobre el fin del mundo—, aparece desde la Revolución Industrial, como la consecuencia, no solo para el pensamiento pesimista, de la aplicación de la tecnología. El siglo xx implicó un salto cualitativo, una crisis civilizatoria. La interacción entre humanos, máquinas y ecosistema carga con la mutación de representaciones constitutivas de lo social generadas desde la Modernidad3.
La Gran Guerra evidenció que la tecnología que fundaba la evolución de la humanidad participaba de la muerte de masas, lo que implicó el fin de una idea de progreso. Posteriormente, durante la Guerra fría, el equilibrio del terror instaló la percepción social de que la humanidad había llegado a un punto crítico de evolución en el que comenzó a replantearse seriamente sus posibilidades de supervivencia.
Progresivamente, la amenaza de un apocalipsis se autonomiza de la decisión humana. Vinculada a la robótica y a la cibernética, el desborde de la inteligencia artificial, la rebelión de las máquinas contra sus creadores humanos, constituye un nuevo punto del cual da cuenta el cine con 2001 Odisea del espacio o Terminator. El cambio climático y sus catastróficas derivaciones instituyen otro momento. Su expresión más acabada es la idea del antropoceno, como era geológica marcada por el impacto de la actividad humana. En términos políticos, la necesidad de cambiar las formas de producción y de intercambio de mercancías tienen más que ver con lo ambiental que con lo social, aunque ambas cuestiones puedan y suelan confluir en movimientos contestatarios.
Desde principios del siglo xxi, diversos discursos alertan sobre la proliferación de nuevos virus así como sobre la reaparición de otros inactivos, como resultado del descongelamiento provocado por el cambio climático. La zoonosis es particularmente evocada como consecuencia de la incidencia de la desforestación, la producción industrial de carnes y los circuitos de intercambio con animales silvestres.
Si generalmente se subraya la falta de preparación tanto de las sociedades nacionales como del sistema internacional para estos tipos de desastres, las pandemias forman parte de los debates securitarios desde el fin de la Guerra fría no solo de las grandes potencias. El laboratorio de Wuhan que investiga virus animales susceptibles de ser afectados por la extensión de las actividades humanas y de operar un salto de especie no es una excepción. La aparición de una pandemia está presente en el informe Global Trends 2025 del Consejo de Inteligencia Nacional de Estados Unidos de 2008 (National Inteligence Council, 2008). En ese país, la Agencia para el desarrollo internacional (USAID) inició en 2009 el programa Predict (UCDavis veterinary medicine) finalizado por el presidente Donald Trump en 2019. La preocupación no es solo estatal. En octubre de 2019 se desarrolló un simposio, “Event 201”, coorganizado por la Fundación Gates, la Universidad John Hopkins y el Foro Económico Mundial, sobre el tema de una pandemia provocada por un coronavirus. En este marco, múltiples teorías del complot se desarrollan. La incertidumbre necesita tanto explicaciones simples como responsables. Ahora bien, las dudas sobre las versiones “oficiales” no conducen necesariamente al conspiracionismo.
El impacto de la pandemia se relaciona con la lógica de su propagación, tuvo mucho que ver con las franjas etarias, las clases y los países que se han visto principalmente afectados. El sentimiento de “seguridad/protección” desarrollado por las sociedades occidentales contemporáneas es una variable prioritaria para entender la dimensión que tomó el Covid19. El pánico que generó se encuentra estrechamente relacionado con el hecho de haber afectado a sociedades que, finalizada la Segunda Guerra mundial, habían extirpado la muerte colectiva de sus territorios ya sea por la ausencia de la guerra, ya sea por el fin de la pobreza de masas y consecuentemente, de las enfermedades epidémicas y de las hambrunas. Con el fin de la bipolaridad, la desaparición de la amenaza nuclear reforzó esta percepción. La particularidad del fin de la Guerra Fría, que se encontraba en la ausencia de una catástrofe fundacional de un nuevo ciclo, acostumbró a vastos sectores a la ausencia de" muertes en masa en los centros del mundo globalizado. Cuando de conflictos y enfermedades se trataba, se limitaban a la periferia: las guerras en los Balcanes o en Medio oriente o epidemias como el ébola en África.
El coronavirus evoca una fragilidad de la vida que había sido olvidada por vastos sectores, reintroduciendo en sociedades caracterizadas por la baja tolerancia al riesgo las angustias que producen las catástrofes. Se trataba de sociedades sin imprevistos sobre sus territorios, con un bajo grado de incertidumbre, en las que ni siquiera el terrorismo islámico -que había reinstalado la idea de la amenaza referida a la intencionalidad de la acción perpetrada contra el cuerpo social-4, produjo consecuencias concretas de la importancia del coronavirus en los comportamientos cotidianos. Como evento disfuncional perturbador del sistema internacional, el 11/9 es el antecedente más próximo. Sin embargo, por su dimensión, la pandemia evoca la Segunda Guerra mundial.
La comparación con el 11/9, recurrente, no se agota en el impacto. Así, con la pandemia se aceleró el paradigma de la vigilancia y del uso de las tecnologías para el control social. El panóptico digital se extendió, los dispositivos desarrollados para prevenir la amenaza terrorista son utilizados contra el Covid19. Sin embargo, si el 11/9 le otorgó una dimensión permanente a un fenómeno preexistente, la universalidad del terrorismo islámico es relativa, como lo ilustra América Latina, donde nunca se constituyó en un elemento central de la agenda de seguridad.
Cada sociedad y cada época se define, en gran parte, por sus miedos. Con la modernidad, la percepción de los peligros y la idea de seguridad han evolucionado significativamente, especialmente en Occidente (Febvre 1956; Delumeau 1978-1989; Bourdin 2003). Así, el temor del “Eterno” se diluye. A través del desarrollo del Estado y de la ciencia, las sociedades occidentales internalizaron la seguridad haciéndola cada vez más demandada. La universalidad de la “seguridad social” es su punto extremo. Dicha sensación de protección participó del afianzamiento del paradigma del hedonismo individualista occidental, en el que convergen derechas e izquierdas sistémicas. En ese marco se da la política de las diversidades, de la discriminación positiva, de los múltiples formatos de familias y el lenguaje inclusivo, últimas conquistas sociales de Occidente; expresión de una visión de lo político que aún resta teleológica.
Paradójicamente, la agenda contemporánea del miedo de las sociedades con baja tolerancia a la inseguridad es extensa, la profusión de diagnósticos de todo tipo anunciando la inminencia de la catástrofe su caricatura. Del aumento de la inseguridad producto de las diversas formas de criminalidad hasta el desarrollo de crisis ambientales, los riesgos y las amenazas se consideran “disfuncionamientos”, son inaceptables e intolerables.
La demanda de seguridad de Occidente se inscribe en una escala que tiene en cuenta tanto las clases sociales como la geografía. Desde el siglo xix, bajo el peso del positivismo, las sociedades occidentales han expresado la voluntad de no tener nada que temer. Como lo hace notar Karl Marx a lo largo de su obra, la seguridad es uno de los valores más considerados por la burguesía. A mediados de la década de 1980, la introducción del riesgo y de la catástrofe en el corazón de los modos de gobierno fue un fenómeno notable que ha tenido consecuencias en las formas políticas y en las concepciones de seguridad y sus actores (Sandrine Revet 2013 p. 35). La alteración de los suministros de energía o alimentos no es solo una preocupación militar.
A fines del siglo xx, la revolución científico-tecnológica implicó una nueva relación a los miedos en sociedades guiadas por el deseo de controlar y prevenir todo a través del desarrollo científico. El transhumanismo es la expresión extrema de la confianza en la bio-ciencia, manifestación de la idea nietzscheana de “el hombre es algo que debe superarse”. Ahora bien, como U. Beck (2001) explicó en The Risk Society, no hay progreso sin riesgo. Las sociedades modernas se distinguen por su capacidad de producir riesgos, que serían la contraparte inevitable del progreso. Los debates sobre la pandemia evocan la relación del desarrollo tecnológico tanto con la naturaleza como con la libertad. El aumento de las incertidumbres afecta la idea de progreso, la confianza ilimitada en él. El cuestionamiento de dicha idea no se traduce mecánicamente en una desconfianza en la ciencia, independientemente de la proliferación de respuestas alternativas a los interrogantes que genera la enfermedad. A pesar del negacionismo de la ciencia -importante en países como Estados Unidos y Brasil- y del cuestionamiento a la OMS por sus ambivalencias y errores, la respuesta al coronavirus proviene del discurso científico y condiciona la política.
La ciencia ha vuelto a ser movilizada, de la mano de la biología. Mientras casi todas las instancias globales son cuestionadas, las redes científicas internacionales se mantienen. En Argentina, el comité de expertos, conformado principalmente por infectólogos, dio forma a la respuesta dada por el ejecutivo nacional legitimando, de esta manera, a un gobierno que buscaba diferenciarse del anterior, compuesto principalmente por CEOS y empresarios. La homogeneidad disciplinaria de dicho comité ilustra sobre la debilidad del campo interdisciplinario en la gestión de las políticas públicas.
En el tratamiento de la pandemia se evidencia algo más que tradiciones políticas. Los gobiernos actúan conforme a las idiosincrasias de las sociedades. En las opciones se expresan visiones del mundo y en última instancia culturas estratégicas. Las respuestas están condicionadas por el valor de la vida de cada sociedad. Así, la capacidad de tolerar muertos o la consideración de los ancianos es muy diferente, inclusive al interior de un mismo espacio cultural, algo que podría explicar las diferencias de Grecia con respecto a Bélgica.
Las actitudes no correspondieron necesariamente al perfil “ideológico”. El gobierno socialdemócrata sueco actuó, por momentos, de forma similar con respecto al coronavirus que el presidente de Brasil quien, con su anarquismo de mercado, subordinó, a diferencia de los gobernadores, toda intervención a las necesidades de la economía.
Los Estados tomaron medidas diferentes que tenían menos que ver con lo ideológico que con los tipos de liderazgos y las prioridades políticas, como lo ilustra en las Américas la comparación recurrente entre Trump, Bolsonaro y López Obrador. Los tres minimizaron la gravedad del fenómeno, anteponiendo su popularidad, temiendo el previsible daño económico. El negacionismo se ha visto en general personificado en un tipo de conducción política calificada de forma simplista de populista.
La prioridad de la economía en detrimento de la salud, expresión tanto del darwinismo como del liberalismo, fue condicionada por la mortalidad anunciada por las proyecciones, en particular las del Imperial College, para Gran Bretaña y los Estados Unidos. La relativización tardía de la primacía de los intereses económicos evoca el miedo a que el costo humano de la inacción sobrepase lo políticamente soportable.
La toma de decisiones se mantuvo permanentemente condicionada por las exigencias sanitarias y los imperativos económicos. Conciliar la salud y la economía no era accesible más que para unos pocos, dicha posibilidad se limitó a Estados no solamente dotados de medios materiales y técnicos, sino también preparados, como Corea y Alemania. Como lo demuestra el tratamiento de la enfermedad por los Estados Unidos, el nivel de potencia material no implicó resultados positivos. Para la mayoría de los Estados las alternativas fueron reducidas, como consecuencia de la precariedad de los sistemas de salud pública, a medidas de confinamiento; las únicas posibles. Si la falta de recursos es la norma, las dificultades se profundizaron en sociedades periféricas como consecuencia de los sistemas de salud deficientes, las condiciones de vida insalubres y la ausencia de políticas sociales.
La enfermedad reveló las asimetrías sociales tanto en los países centrales como en los periféricos. Así, en los Estados Unidos, la sobrerepresentación de los afroamericanos, pero también de los hispánicos, entre los muertos, evoca desigualdades sociales inseparables de cuestiones raciales. En Francia, la mortalidad debido al Covid19 es dos veces mayor entre los inmigrantes. El aumento de las muertes, relacionado con el coronavirus, fue del 48% en marzo y abril de 2020 en comparación con 2019 para los inmigrantes, frente a un aumento del 22% para la población nacida en Francia, según un estudio del INSEE (Le Figaro 8/7/2020).
En América Latina, las desigualdades se evidencian en el confinamiento aunque no se agoten en éste. Las afecciones preexistentes, que generan mayor riesgo, suelen implicar una actitud frente a la alimentación y a la higiene de vida, reveladoras de disparidades sociales. En una de las regiones más urbanizadas del mundo, el aislamiento preventivo se vio facilitado, por un lado para quienes tienen un lugar apropiado, por otro lado, para quienes disponen de un salario fijo.
Ahora bien, el Covid19 es una enfermedad incómoda para aprehender mecánicamente. Si el encierro afecta en mayor medida a los sectores más vulnerables, en sociedades como la Argentina la población asalariada con trabajo formal —aún el precarizado—, se encontró, inclusive si fueron suspendidos, en mejores condiciones, no sólo con respecto a la población sin recursos o a los trabajadores de la economía informal, sino también en relación con ciertos sectores medios propietarios de pymes o profesiones liberales, lo que no significa que las diferencias sociales no sigan presentes en las condiciones de vida. A la desigualdad de ingresos, la pandemia incorporó la división entre quienes perciben o no ingresos fijos. En ese marco, el Estado reforzó el entramado social de los sectores precarizados y decretó garantías laborales para los trabajadores en relación de dependencia.
El coronavirus participa de la reconfiguración del poder global, aunque no implique una modificación radical de las relaciones interestatales. La pandemia afectó la imagen internacional y la credibilidad de Estados Unidos y China. También insidió sobre los países de la Unión Europea, Gran Bretaña y sobre potencias locales como Irán, India, Arabia Saudita, México y Brasil y, en menor medida, Japón y Rusia. Otros, como Israel, en un principio reconocido por su manejo efectivo de la epidemia, fueron posteriormente mostrando sus límites en la capacidad de gestión. Según las cifras de la OMS a mediados del 2020, en el Cercano Oriente y Asia central, el número de muertes progresa lentamente, mientras que África se caracteriza por una baja tasa de mortalidad, una de las razones presentadas es la juventud de la población. En julio, con escenarios disímiles, el continente americano pesa con más de la mitad de las muertes por Covid19 registradas por la OMS por día.
Potencias grandes y medianas tienen como denominador común la ineficacia en el tratamiento de la pandemia, el desempleo y la recesión. La pandemia insinúa un sistema internacional con menos grandes potencias, beneficiando a unidades políticas pequeñas, como Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur. Estas reaccionaron rápidamente a partir de la distribución de máscaras, la multiplicación de pruebas y de herramientas de rastreo, la aplicación de nuevas tecnologías y un estricto aislamiento de pacientes sintomáticos.
La actitud frente a la pandemia tiende a ser resumida en dos modelos de sociedad: uno “anglosajón” que prioriza la libertad individual y el mercado y otro “asiático” que alienta la disciplina social y la voluntad de anteponer el bienestar de la comunidad a los intereses personales. En términos hungtintonianos, el legado “confuciano”, priorizaría la intervención estatal asociada al control social a través de las nuevas tecnologías. A pesar de sus poblaciones ancianas, la sociedades asiáticas lograron mejores resultados.
Geopolíticamente, la crisis sanitaria permitió reforzar tendencias que ya estaban presentes confirmando la emergencia de un sistema multipolar o pluri-céntrico conflictivo. Mientras la pandemia monopolizaba la agenda, los Estados no solo continuaron con sus proyectos geopolíticos, como el refuerzo de la presencia en el Ártico por Rusia o con sus mensajes de disuasión, como el lanzamiento de un satélite de uso militar por Irán o de un misil estratégico por Francia, sino que generaron tensiones entre sí en las cuales el Consejo de Seguridad estuvo ausente: China-India, Turquía-Irak, Turquía-Francia, Corea del Norte-Corea del Sur, Armenia- Azerbaiyán.
El virus, parece mostrar el ascenso de Asia, no solo de China, y subraya la degradación de Occidente y la pérdida de influencia de los Estados Unidos. El mal manejo de la crisis sanitaria afecta el soft power de ese país. Su potencial científico y económico no se tradujo en resultados. La crisis de salud acentuó el reflejo insular desarrollado por la administración de Trump, excluyendo aún más a Washington del papel de hegemón responsable de un orden internacional.
Occidente se ha convertido en el epicentro de la pandemia. Sus países no solo casi no proveyeron ayuda internacional5, a diferencia de China, Rusia y Cuba, sino que muchos incluso la recibieron. En Europa, en Italia, en Andorra y en Francia (Martinica) recibieron a profesionales de la salud cubanos. Occidente comenzó a perder credibilidad evidenciando su vulnerabilidad al no gestionar los riesgos y las perturbaciones sistémicas que caracterizan el siglo xxi como terrorismo, cambio climático y migraciones6. Ahora bien, aunque muestra signos de crisis en diversos campos, los centros de producción del saber ligados a la enfermedad están en gran parte en los países occidentales, lo que relativiza, por vía del prestigio internacional necesario al soft power, los postulados decadentistas.
Formando parte de una disputa reconocida por las partes, la “culpa” por el coronavirus es un capítulo en las tensiones entre Estados Unidos y China. Orientada hacia ese país, la Estrategia de Seguridad Nacional 2017 del presidente Trump se centró en la idea de competencia entre grandes potencias (The White house 2017). La acusación, sin pruebas, de que el “virus chino” se habría originado en un laboratorio de Wuhan, se produce en el marco del consenso, tal vez el único, entre republicanos y demócratas sobre la necesidad de contener el ascenso de Beijing. El contexto es el de denuncias de prácticas comerciales desleales, como los créditos subsidiados a empresas estatales y de ausencia de reciprocidad, conflictos comerciales que llevaron a un retroceso de la globalización7.
Los cambios geopolíticos que acompañan la pandemia estaban ya presentes. La llegada de D. Trump implicó el fin de una visión de la globalización, expresado en el desprecio por las organizaciones internacionales, la retirada de los tratados y el cuestionamiento del multilateralismo económico. La expresión “America First” se inscribe en la disputa por la primacía, evidencia una respuesta a la transición gradual del poder que se viene operando. Se trata de la expresión de un proyecto político-económico de resistencia a la “declinación” que el coronavirus obstaculizó impidiendo la reelección.
La convergencia de valores dentro del sistema político, que posibilitó que Estados Unidos asumiera la carga de moldear el patrón de la globalización, desapareció. Los ciudadanos estadounidenses eligieron un candidato que expresó la promesa de revertir la forma adoptada por la globalización, tanto en su posición sobre inmigración como en los acuerdos comerciales internacionales -incluso si su actitud hacia los tratados de libre comercio sigue siendo ambigua- y en la contribución a la ayuda exterior. La reevaluación de la globalización que surge de la propuesta de Trump nos interroga sobre la posibilidad de que la política sea capaz de revertir una tendencia económica y cultural arraigada.
El cambio de era se expresó en 2017 en Davos. China asumió la defensa de la representación económica “anglosajona” del mundo, basada en la desregulación del comercio sin abandonar el centralismo autoritario y el nacionalismo. Como ideología, la globalización había naturalizado la idea de un “orden” estadounidense a escala mundial ligado al neoliberalismo; como proceso, en paralelo, se volvió autónoma de los Estados Unidos. Las representaciones económicas anglosajonas en las que se basa este “orden” se independizan del Estado que originariamente las proponían.
En lo que concierne a China, sin asumir posiciones de liderazgo internacional que la responsabilicen de una agenda global8, algo que no le interesa detentar, busca aparecer como un aliado para enfrentar el Covid19. La pandemia como oportunidad nada tiene que ver con un mesianismo revolucionario, sino con el interés nacional. Frente al fracaso de los Estados Unidos, China promueve su supuesto “éxito” y su responsabilidad internacional en el control de la epidemia, intentando integrarla a la construcción de un soft power del que carece. El Covid19 participa de la tentativa de reducir el sentimiento de amenaza que inspira, no solo entre sus vecinos.
China sugiere haber ganado contra el coronavirus. Después de haber minimizado el alcance de la enfermedad, no escatimó medios para frenarla. El régimen ocultó información sobre el surgimiento y la dimensión de la pandemia que no se reduce a las polémicas sobre la cantidad de muertos que mencionan las estadísticas oficiales. El gobierno es acusado tanto de no querer entorpecer la trayectoria económica como la conmemoración del centenario del Partido Comunista Chino de 2021. Su gestión inicial de la enfermedad, una tardía reacción frente al brote, la persecución de quienes anunciaban los riesgos, la falta de transparencia, la insuficiente alerta a la comunidad internacional y la venta de materiales deficientes, dificulta su proyección internacional. Sin embargo, brindó ayuda con propaganda: personal médico a Italia, laboratorio de detección a Iraq, insumos —barbijos, respiradores, kits de testeo— a Francia, a Filipinas, a la Argentina, etc., subvenciones a la OMS y a la Unión Africana.
La pandemia se inserta en un momento de conflictividad en la relación que inhibe la cooperación, instituyendo un juego de suma cero. Desde la época maoísta, las divergencias no eran tan grandes. La falta de cooperación internacional y el descrédito de las instituciones internacionales es el reflejo de un desorden global que la pandemia expandió. Ahora bien, como lo señala Joshep Nye (2020), la cooperación internacional entre rivales geopolíticos e ideológicos es posible. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética dieron apoyo conjunto a un programa de Naciones Unidas que erradicó la viruela. Después de la epidemia de SARS en 2002-03, Estados Unidos y China tendieron una red de relaciones cooperativas entre sus respectivas autoridades sanitarias nacionales y cooperaron para combatir el brote de ébola que estalló en África occidental en 2014.
No solo no hay una estrategia común, la Organización Mundial de la Salud, percibida como funcional a los intereses chinos, es cuestionada por los Estados Unidos, que la culpa de no haber informado y anuncia su retiro. Las críticas a China, acusada de esconder información sobre la enfermedad y manipular a la OMS, acompañan la demanda de los aliados de Washington para que rinda cuentas. El cuestionamiento de la OMS, referencia para la toma de decisiones en materia de salud pública, participa de la crisis de los organismos internacionales, de la ONU a la OMC en particular y del multilateralismo en general.
La equiparación de las epidemias a una “amenaza externa”, ayudó a la asimilación con la guerra. La metáfora guerrera, histórica en salud, es parte de una tradición. Desde el siglo xix, bajo la influencia de la bacteriología y la inmunología, el lenguaje médico y el securitario se retroalimenta, el vocabulario de la protección del cuerpo social es un denominador común. Como otros males la epidemia, vino del exterior.
El Covid19 conduce al paroxismo una idea de época: las “fronteras porosas”9. Como otras pestes, se diseminó acompañando el desplazamiento de los hombres. Liberados del peso de pertenencia por la globalización, como ideología y proceso, la aceleración de la movilidad de bienes e individuos, así como de ideas, representaciones y prácticas se convirtió en la lógica del mundo post 1989. Una nueva forma de nomadismo, por placer o necesidad, era su manifestación y la frontera su negación.
En un inicio, la pandemia aparecía como una enfermedad de los incluidos, subrayaba, particularmente en las sociedades periféricas, las diferencias entre élites globalizadas y clases populares territorialmente asentadas. Los primeros en contagiarse fueron los sectores medios y altos, con ingresos para costearse viajes al exterior. En diversas geografías, el Covid19 fue percibido no solo como un problema de los países centrales sino también como una enfermedad de las élites; el caso del primer ministro británico Boris Johnson es emblemático. Las declaraciones del Ministro de seguridad de la provincia de Santa Fe, Marcelo Saín, en Argentina (Clarín 22/3/2020), o de Miguel Barbosa, gobernador del Estado de Puebla en México (La Jornada 25/3/2020), se inscriben en esa lógica.
Se trata de una crisis sanitaria cuyo impacto resulta de la relación espacio-tiempo. El origen, China, en particular Wuhan, pilar de la industria automotriz, y el mecanismo de difusión, la circulación aérea, evocan la globalización. La dimensión que tomó la pandemia es indisociable de la intensificación de las circulaciones. El desarrollo del transporte y de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación permitió la expansión tanto de la enfermedad como de sus representaciones. Los medios de comunicación - tradicionales y digitales - y las redes sociales participaron de la percepción de la amenaza. La situación en los países occidentales y en los países periféricos fue cubierta diferentemente. El tratamiento mediático latinoamericano, en particular la televisión, convirtió la muerte en espectáculo.
La globalización hizo del Covid19 la primera pandemia verdaderamente universal. La velocidad y la amplitud de la difusión ilustra la diferencia no solo con la “Gripe española”, sino también con la “Peste negra”, con la cual es usualmente comparada a partir de su origen, su carácter zoonótico y su transmisión hacia Europa por las rutas de intercambio.
La intensificación de los flujos mundiales asociados a la circulación de bienes y personas se relaciona con el desplazamiento de las enfermedades. El carácter global se desprende del aumento de la interconexión. Las zonas más conectadas fueron las primeras en ser afectadas. En la expansión del Covid19, el aumento del tráfico aéreo, la cantidad de vuelos y de pasajeros, debe ser considerado. La densidad del tráfico aéreo provocó que el virus se expandiera de China a Europa y luego a las Américas, así como también participaron los nudos de difusión e interconexión de las empresas aéreas, como Lima, San Pablo y Buenos Aires, en América del sur.
Obstruir el flujo de humanos ha sido la respuesta principal a la propagación de la pandemia. En menor medida, el cierre limitó los flujos de circulación de mercancías La sociedad abierta de la ideología globalista se convirtió en una sociedad cerrada. La soberanía en un valor absoluto necesario a un poder que parece redescubrir que conserva su legitimidad sólo si puede hacer frente a su condición primera: proteger a las poblaciones. La respuesta fue arcaica: confinamiento y cierre de fronteras no solo estatales. A la pandemia le corresponde el retorno de la frontera como límite de lo que se quiere defender10. A la movilidad y a la ubicuidad, tanto de los “migrantes forzados” como de los “ciudadanos del mundo”, que habían reemplazado las formas tradicionales de vivir y pensar la relación con el suelo del orden estadocéntrico, le corresponde la demanda al Estado-nación para ser repatriado. Sin embargo, no se trata de una vuelta atrás. La relación al espacio a mutado, consecuencia de la revolución científico-tecnológica. Simultáneamente al repliegue, la enfermedad promovió la desterritorialización de la enseñanza, de las relaciones sociales y del trabajo vía la tecnología. La lógica “de casa al trabajo y del trabajo a casa” se acompaña de la promoción del home office. Expresión de una nueva división del trabajo que involucra algunas actividades y excluye otras sobre la base de la vieja dicotomía de lo intelectual y lo físico; el home office es un componente prioritario del aislamiento preventivo.
La enfermedad propaga valores contradictorios, la idea de una humanidad compartida y el repliegue protector reflota viejos debates como entre “interdependencia” y “realismo”. Si el deber ser demanda una salida concertada -multilateralismo, acordar sistemas de alerta, controles compartidos, planes de contingencia colectivos, generar normas y tratados orientados por la respuesta-, el ser se tradujo en procurar su interés inmediato. El “cada uno para sí” operó en diferentes escalas como lo ilustra la institución de una alteridad amenazante construida no sólo sobre lo que el otro es (un enfermo), sino también sobre lo que el otro hace (la posibilidad promover la enfermedad), como lo ilustran las múltiples y diversas formas de agresión a enfermos y trabajadores vinculados al Covid19 en Argentina.
El repliegue implicó al espacio de libre circulación más abierto del mundo, al proyecto más acabado de cooperación e integración. Los miembros de la Unión Europea, no sólo cerraron sus fronteras. La falta de solidaridad inter-europea representó un peligro para la Unión con la posibilidad de consecuencias comparables a las de la crisis de la deuda en 2010 o a las de los migrantes en 2015, algo que comprendió y evitó la alianza franco-alemana. La pandemia creó fracturas en Europa, no necesariamente inscriptas en la línea Norte-Sur, dadas por la cantidad de muertos. Los países más afectados reclamaban ayuda en forma de deuda mutualizada. Alemania y Francia finalmente establecieron las bases de un acuerdo para asistir a Italia y España.
En América Latina la libertad de movimiento se restringió, 14 países de la región dispusieron el confinamiento obligatorio y 19 cerraron totalmente las fronteras (Bulcourf y Cardozo, 2020 p. 48). La circulación interior también se vio afectada. En Argentina implicó un cercenamiento casi total de la libertad ambulatoria por la vía de controles en el espacio público y salvoconductos. Se cerró los accesos al país y se prohibió desde finales de abril la venta de todos los pasajes de avión comerciales hasta el 1 de septiembre, una de las prohibiciones de viaje más estrictas del mundo.
En otro nivel, a lo largo de todo el país, los gobernadores bloquearon las fronteras de sus provincias, Santa Fe es un buen ejemplo (El Litoral 23/06/2020), con lo que desconocieron que la Constitución no admite la existencia de barreras interprovinciales y los intendentes bloquearon las entradas a su territorio con barricadas o montículos de tierra y/o han establecido el toque de queda. Más allá del anuncio de la universalidad de la medida, en general la decisión de sitiar y cortar la libertad de movilidad para evitar contagios, como en el caso de Villa Azul, operó sobre los barrios carenciados. No se trató solo de coerción. El Estado promovió el aislamiento mediante la negociación con mediadores y referentes sociales y con programas como “el barrio cuida al barrio” (Argentina.gov.ar 14/4/2020).
La pandemia afectó todas las formas de circulación. Los cierres de fronteras obstaculizaron el tráfico de drogas ilícitas11, de mercancías de contrabando y de migrantes, incluido el regreso al país de los que perdieron el trabajo debido al confinamiento. Las restricciones impactaron particularmente en zonas que constituyen unidades regionales de relaciones e intercambios cotidianos como la frontera argentino-boliviana. También incidieron sobre desplazados y refugiados por la interrupción de la provisión de suministros afectando inclusive la ayuda humanitaria relacionada con la pandemia. La circulación hacia los Estados Unidos de lo que la administración de D. Trump percibe como principal amenaza y prioridad política desde la región se bloqueó momentáneamente. En un contexto donde los Estados Unidos expulsaron migrantes sin considerar reglas sanitarias, los rescates de indocumentados en la frontera de Arizona durante la mitad de 2020 superan los registrados en todo el 2019.
La pandemia reinstaló no solo las fronteras -su securisación fue una característica de la coyuntura-, sino, también, la lógica soberanista, es decir, el reconocimiento de la necesidad del Estado en el ejercicio de la soberanía. La globalización como proceso y como ideología promovía el debilitamiento de los Estados por el cuestionamiento de cualquier forma de soberanía nacional. La idea de gobernar más allá de los Estados nacionales expresaba, en última instancia, un desprecio por el sentido de la política dada por la soberanía nacional y popular. El resultado es un sistema político donde la soberanía, como poder de fijar las reglas aplicables a la población en un territorio determinado, es vaciada de significado, ya que los dos adjetivos que la han instituido desde la Modernidad, soberanía popular y nacional, han sido deslegitimados. Esta visión implicó una reconsideración de los aspectos transnacionales en las identidades políticas contemporáneas y su desarraigo de los marcos de identificación que dieron forma al siglo xx, lo que explica la aparición de identidades alternativas diferentes de las que se gestaron a partir de la clase y la Nación.
El soberanismo se evidencia claramente en el control de ciertos insumos estratégicos transnacionalizados como máscaras, tests y respiradores. Objeto del deseo de los Estados hegemónicos, los insumos se insertan en una disputa por bienes escasos, llegando al robo, evidenciando décadas de reubicación industrial. La disputa es un emergente de una crisis de la salud, que no se reduce al desfinanciamiento del sistema público. La respuesta soberanista cuestiona los principales axiomas de la globalización: la apertura de las fronteras, la efectividad del mercado como proveedor y redistribuidor y la desnacionalización. Implica una industria médica y farmacéutica más o menos “nacional” que garantice autosuficiencia. La pandemia puso de relieve el carácter estratégico de cierta producción, así como los disfuncionamientos. En Francia, el alerta sobre la falta de mascaras es anterior al Covid 19.
La deconstrucción de la desnacionalización va de formas de participación estatal en la dirección de empresas asistidas en el marco de la crisis, a la reubicación de industrias por la vía de un reajuste en las cadenas de producción. Una reubicación que es incluso considerada por el comisario europeo de mercado interior. Esta deconstrucción de la desnacionalización se produce incluso en sociedades donde la preferencia nacional y la defensa de las fronteras ha sido vivida como una “infamia” durante décadas por sectores tanto de derecha como de izquierda.
La crisis de la Covid19 muestra la competencia entre Estados, la asociación de la seguridad al interés nacional. En la provisión de material sanitario se evidencia la tradicional dinámica de la competencia interestatal. La búsqueda de la vacuna se instituyó en un juego geopolítico que no se reduce a la rivalidad con Rusia. En mayo, el presidente francés Emmanuel Macron expresó su malestar frente a la decisión del director ejecutivo británico del grupo Sanofi, una empresa farmacéutica “francesa” multinacional con primacía de capital extranjero y mayoría de facturación fuera de Europa, de dar prioridad a Estados Unidos en la entrega de una futura vacuna Covid19 (Clarín, 14/05/2020). En el intento de evitar que los fabricantes de material sanitario estadounidense lo exporten, Trump aplicó su doctrina de “América primero” 12.
La pandemia presenta, en América Latina, una especificidad dada por la dimensión que tomó el discurso nacionalista tanto en la esfera gubernamental como a nivel de la sociedad civil y del mercado. Esto trasciende las sociedades en las cuales dicho discurso es omnipresente, como Venezuela, donde el “modelo venezolano” es presentado como destinado a derrotar al virus.
La apelación a la unidad nacional manifestó particularidades y recurrencias como un uso intensivo de las apelaciones a la historia, a la épica militar, al territorio y al deporte, en particular al fútbol. Los discursos apuntan a fortalecer los lazos sociales, presentando un colectivo unido frente a la amenaza externa. Esta narrativa busca reforzar la concordia interna frente a la crisis. Sin embargo, al movilizar un pasado conflictivo y reactualizar estereotipos y dicotomías fundacionales fortalece alteridades amenazantes y genera nuevos clivajes sociales al interior de los Estados, afectando también sus relaciones con otros países de la región.
Si la efectividad estatal es independiente de la emotividad patriótica, en la región, la nación como sentimiento de pertenencia continúa potenciando al Estado en tanto instrumento de la acción colectiva. Bajo la influencia del nacionalismo, se inscribió la lucha contra la pandemia en el desarrollo de una historia de héroes “comunes”. La función de la patria es identificatoria, lo simbólico hace a la construcción de lazos con el otro. Se trata, gracias a un sentimiento de pertenencia y de adhesión, de permitirle al individuo encontrar un sentido a su existencia en una coyuntura anómica, identificándolo con una comunidad particular.
No se trata solamente de un nacionalismo estatal. Las sociedades generaron sus propias dinámicas frente a esta retórica que acompañaron enarbolando banderas, cantando el himno nacional, marchas militares o canciones patrióticas. Pero también desde el mercado, mediante publicidades que apelan a lo heróico invocando a los fundadores de la patria o asociando la idea de enfrentar la enfermedad con las victorias deportivas.
En algunos países, la pandemia ha movilizado el recuerdo de los conflictos de soberanía territorial. El presidente de Chile, en su alocución de las “Glorias Navales”, el 21 de mayo, asoció la contingencia de enfrentar al coronavirus al conflicto del Pacífico citando “el ejemplo heroico” de Arturo Prat en el Combate Naval de Iquique; también recordó al presidente Aníbal Pinto (1876-1881) y evocó el alma resiliente, generosa, valiente y solidaria del pueblo de Chile (La Tercera, 21/5/2020). El presidente del Perú Vizcarra, recurrente en la comparación con lo militar, asoció las consecuencias del virus con la guerra del Pacífico (Infobae, 5/5/20020), mientras que publicidades relacionadas con la pandemia invocan a la Nación peruana mediantes imágenes donde la referencia identitaria reencuentra lo militar. Por su parte, Paraguay hace referencia a su pasado militar y al heroísmo de su pueblo, la publicidad “vencer y vivir” del gobierno paraguayo es un ejemplo (Youtube 1). Los diarios paraguayos fueron publicados con una sobreportada invocando la “garra Guaraní para ganar la batalla al coronavirus (La Vanguardia, 22/3/2020).
El Covid19 moviliza también rivalidades interestatales regionales. El virus generó tensiones bilaterales en un espacio caracterizado por el aumento de la inestabilidad, la reducción del diálogo y el desprecio por el multilateralismo tras el fin del ciclo neo-populista13. Maduro acusó al presidente colombiano de fomentar el retorno de los emigrados a los fines de contaminar Venezuela. Asimiló el coronavirus a una invasión desde Colombia, haciendo repetidas referencia al “virus colombiano” (Infobae 8/7/2020). En menor medida, Brasil y Venezuela también se responsabilizaron mutuamente por la circulación del virus.
Las referencias recíprocas entre los presidentes de Argentina, Brasil y Chile al manejo en el país vecino son constantes. La competencia por mostrar idoneidad en la gestión de la crisis, encubre cuestiones ligadas el modelo de sociedad elegido. En Argentina, la comparación es un elemento importante de las conferencias de prensa de A. Fernández pero también de sectores de la sociedad atentos a una contabilidad de muertos y contagiados, canalizada por los medios de comunicación. Declaraciones de funcionarios argentinos provocaron reacciones de autoridades chilenas y brasileñas. El presidente chileno ordeno un informe, conocido como “Coronavirus Chile versus Argentina”, para refutar una afirmación de Fernández sobre la mayor cantidad de casos en el país trasandino (La Tercera 13/04/2020). La actitud del gobierno argentino participa de las solidaridades transnacionales fundadas en los clivajes políticos-ideológicos que atraviesan la región desde principios del siglo xxi. Como lo ilustra la reunión que sostuvo Alberto Fernández con políticos de la oposición chilena en el marco del Grupo de Puebla o el diálogo entre Alberto Fernández y Lula da Silva, “Pensar América Latina después de la pandemia” (Youtube 2).
La épica patriótica no es homogénea. Los discursos sobre la pandemia evocan un tipo de vínculo distinto entre la ciudadanía y la política, que tiene que ver con la cultura política pero también con el tipo de nacionalismo movilizado. La apelación al Pueblo o al territorio revela formas diferentes y antagónicas de pensar la Nación (Manero 2002).
En Argentina, la épica patriótica que se expresa en los diversos niveles estatales invoca un “Nosotros” propio a un nacionalismo defensivo de cuño democrático. Aunque la gesta colectiva haya sido asociada con la guerra de Malvinas, principalmente por sus críticos, no fue militarista. La publicidad “Tiempo de héroes comunes” (Youtube 3) realizada por la empresa estatal argentina Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y destinada a homenajear a los trabajadores esenciales mediante un mensaje de unidad y de esperanza, es un ejemplo. A tono con el espíritu de la gesta sanitaria, en un contexto mundial donde los monumentos son cuestionados, la publicidad reanuda con la “pedagogía de las estatuas” a la que hacía referencia Ricardo Rojas. Junto a los héroes históricos que concitan unanimidad aparecen figuras de la denominada tradición liberal y del revisionismo, así como expresiones de las nuevas dinámicas históricas: poblaciones originarias, afro-descendientes y mujeres. La voluntad de saldar la polarización se evidencia no solamente en los personajes incorporados, sino también en los ausentes (Rosas, Mitre, Roca, Perón). Significativamente, están ausentes los monumentos a los “héroes caídos en Malvinas”.
El discurso de Alberto Fernández frente al coronavirus privilegió la idea del protagonismo estatal, de la responsabilidad ciudadana, de la legitimidad científica en la toma de decisiones orientada a la protección de la vida y la no militarización. Promovió la solidaridad y el compromiso social14. La sociedad no es vista como una masa que hay que contener y disciplinar sino como un conjunto de actores sociales heterogéneos con intereses antagónicos a unificar. “Argentina unida” anuncia la principal campaña de la presidencia que inicia uno de sus videos con la frase “Defender la Argentina” (Youtube 4).
Las autoridades nacionales no se presentan tratando de imponer un orden arbitrario - el rechazo a la suspensión de garantías y al Estado de sitio es permanente -, ni de reducir la política sanitaria al diseño de un conjunto de medidas técnicas. Buscaron un “pacto social”, término utilizado por el presidente, lo que implica asumir la cuota de responsabilidad siguiendo las recomendaciones de la autoridad sanitaria. A diferencia de otras sociedades, la acción de las Fuerzas armadas no tiene que ver con lo coercitivo, sino con lo social.
Las exposiciones del presidente tienden a una relación de horizontalidad con la audiencia. Sobre la idea peronista de que “conducir es persuadir”, buscan convencer más que imponer. Mediante la explicación, las conferencias se orientan más por la construcción de un vínculo emocional y de un sentido pedagógico, que por los anuncios concretos, en general reducidos a las políticas sociales. El mensaje trasmite la idea de que la cuarentena tenía sentido y es exitosa por el esfuerzo conjunto pueblo-gobierno. El resultado era la sensación, triunfalista, que primaba en gran parte de la sociedad, de que Argentina era el país que mejor lo hacía en la región.
Los primeros discursos de Fernández sintonizan con lo que la sociedad argentina esperaba de la autoridad: protección. El respaldo a su gestión y a la cuarentena en todo el país durante los primeros meses es un indicador. El discurso logró cierta homogeneidad apelando a la ciudadanía y a la priorización de la vida, logrando un acatamiento importante de las medidas en la primera fase de la pandemia, en una sociedad poco proclive a la disciplina social. En el marco de un sistema de salud desfinanciado donde el ministerio había sido reducido a secretaria por el gobierno de M. Macri, la cuarentena aparece como la única opción. Su progresivo agotamiento y su ineficacia para evitar la propagación instaló una sensación de descontrol que afectó la credibilidad del gobierno. Exacerbadas por las redes sociales, las divisiones sociales se posicionaron en relación a la pandemia.
Si el discurso se orienta hacia la prioridad de la salud en un juego a suma cero con la economía, no está exento de sentidos económicos. Para Fernández “es la hora del Estado y de la inversión pública” (Entrevista con A. Fernández). Priorizar la salud implica defender el gasto público, las circunstancias excepcionales conducen a la emisión monetaria o a sugerir “que los empresarios ganen menos”. Ahora bien, la intervención estatal revela las carencias de una estatalidad que, aunque degrada, sigue conservando Argentina.
En un principio, la gobernanza fue mostrada como transpartidaria. El jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires constituyó el principal interlocutor. Progresivamente puso énfasis en recuperar libertades afectadas como forma de diferenciarse del ejecutivo nacional y asegurar su electorado. La resistencia a la cuarentena se canalizó en manifestaciones que expresaron intereses diversos, que no pueden ser percibidas como movilizados en torno a un sistema de intereses sociales explícitamente formulados o representando un determinado campo social15. Los grupos que defienden el derecho a trabajar se acompañan de sectores ideológicamente críticos no solo del gobierno nacional, sino del peronismo en general, amparados tanto en la defensa de las libertades individuales como en el rechazo de un “Nuevo orden mundial”. Portadores de nuevas demandas, como los veganos, aparecen junto a los invocadores del tradicional discurso de complot internacional; de los “tierras planistas” a los “nacionalistas”.
La oposición buscó orientar la crítica condenando la “gestión por el miedo” por parte del gobierno, denunciando una comunicación que exagera sistemáticamente los peligros y culpabiliza e instrumentaliza la ciencia llamando a “reconstruir o abolir” su consejo científico. La oposición, buscó otorgarle una mirada ideológica mediante la crítica al estado canalizando el odio hacia la política, con la idea de que es un fenómeno parasitario. En septiembre, incorporó las demandas de un nuevo actor, las policías provinciales, a las que el confinamiento les redujo los financiamientos legales e ilegales.
A diferencia de Argentina, en Chile el discurso gubernamental ha sido autoritario, verticalista: hacer frente a la crisis demandó más autoridad. Las políticas de contención del virus fueron reducidas a una aplicación técnica, un producto de la capacidad de previsión y gestión del gobierno. La opción por la “inmunidad del rebaño”, sostenida por el ministro de salud, orienta la primera respuesta. El rol de las instituciones estatales, como las Fuerzas armadas, ha sido consistentes con este discurso. La presencia de los militares en las calles es el respaldo al toque de queda de un gobierno cuestionado en su legitimidad desde antes de la pandemia. La gestión política del Covid19 tiene que ver tanto con el tradicional modelo de la hacienda, con el patrón de fundo, como con las teorías del gerenciamiento, propias a la tradición neoliberal. Las medidas se anuncian, aunque no se explican, se imponen y se controla su cumplimiento. Las campañas de prevención, cuestionadas, fueron en general duras y centradas en responsabilizar a las poblaciones, como “ El próximo puedes ser tú”. Las decisiones no se acuerdan con los actores sociales. La Mesa Social (Gobierno Chile) se limitó a constituir una apariencia de participación. La negociación con los sindicatos es inexistente. Así, los funcionarios públicos se notificaron del regreso al trabajo presencial por los medios de comunicación; la Mesa Social no había sido informada. Como otros sectores, los empleados públicos no son concebidos como un actor social con el cual dialogar, sino como un subordinado que debe obediencia. El Gobierno no los percibe como aliados necesarios, sino como parte de una masa peligrosa a disciplinar. El gobierno descalifica las críticas por “ideológicas” y apela más a la responsabilidad individual que a la responsabilidad social.
La forma en que se gestionó la salud y la ayuda social generó resistencias sociales diferentes de las expresadas en Argentina. La desmovilización de las manifestaciones orientadas por los reclamos de los sectores medios precarizados dieron paso a estallidos como los del 19 de mayo de 2020 asociados a la falta de alimentos. En Chile, la respuesta se inscribe en la lógica de la militarización de lo social. Del control de datos personales al envío de un contingente militar a la Araucanía, pasando por la distribución de comida a los sectores vulnerables o la protección de infraestructura, los militares son el fundamento del estado de excepción y junto a los Carabineros, fiscalizan el cumplimento de las cuarentenas y garantizan el orden social16.
En el contexto del estado de emergencia y de la prioridad de medidas para frenar los efectos de la pandemia, el Gobierno prosiguió con iniciativas que afectan el control civil de la defensa perpetuando el rol de las Fuerzas Armadas en el orden interno, como ejemplo: el decreto que regula el uso de la fuerza por los militares, la modernización del Sistema de Inteligencia del Estado17, el resguardo de infraestructura crítica por la Fuerzas armadas18, el incremento de la participación en el control al narcotráfico —en particular en la frontera norte— y el establecimiento de un nuevo sistema de compras e inversiones de las capacidades estratégicas de la Defensa. La dimensión tomada por la pandemia obligó a postergar proyectos como la modernización de los F 16. El Ministerio de Defensa anunció en un comunicado el aplazamiento. En este marco debe también inscribirse el proyecto de limitación de cooperación con la Corte Penal Internacional.
Si bien el debilitamiento de la democracia y del Estado de derecho es denunciado por la oposición, la crítica a la militarización resta marginal. Así, circuló una carta abierta, dirigida a los líderes de partidos políticos de oposición, para expresar su preocupación por las leyes que el Gobierno envió al Congreso. El Grupo de Análisis de Defensa y Fuerzas Armadas sostenía que la aprobación “pronuncia la autonomía y secretismo de la FF.AA., a la vez que las involucra peligrosamente en roles de seguridad”19.
Si la crisis del Covid19 constituye una oportunidad para el cambio social, el optimismo inicial que reflejaban las primeras lecturas dejó, progresivamente, lugar al desencanto. Sin negar su poder reconfigurador, la pandemia no trae aparejado un nuevo orden internacional ni augura el fin del neoliberalismo y mucho menos del capitalismo. Bajo sus diversas formas —mercantil, financiero, estatal—, esta formación económico social sobrevivió a crisis diversas revelando una inusual resiliencia para procesarlas, advertida por los clásicos del marxismo y reactualizada por la Escuela de la regulación.
Más un amplificador que una ruptura, el Covid19 intensificó movimientos preexistentes. Interpeló a activistas de derecha e izquierda, a los partidarios de la oportunidad de la redención ecológica y de la identitaria. Expresó tanto el deseo de una reducción radical de la contaminación como el del cierre absoluto de las fronteras estatales a ciertos extranjeros. La pandemia evidenció problemas de las sociedades contemporáneas. El resultado es acelerar mutaciones en progreso a diferentes escalas, de la reducción del contacto humano al disciplinamiento social por la tecnología pasando por el reordenamiento geopolítico. Un nuevo nomos de la tierra en el sentido schmittiano que, si bien exacerba las tensiones entre China y Estados Unidos, no tiene que ver con una nueva bipolaridad. La pandemia potenció las tensiones entre liberalismo y proteccionismo. Esas dos opciones están atravesadas por el optimismo desarrollista y el pesimismo colapsista y no pueden ser reducidas a los binomios izquierda-derecha, reacción-progreso, prevaleciendo en movimientos políticamente antagónicos. También reinstaló cuestiones “universales” como la tensión entre libertad y seguridad, entre los cálculos políticos y las políticas de salud, así como discursos sobre la otredad que, como en el caso latinoamericano, pueden movilizar representaciones estratégicas arcaicas. En última instancia, la pandemia ayuda a entender como un concepto abstracto como es el poder, pero evidenciado en su carácter relacional, tiene su fundamento en la seguridad.
Los efectos de pandemia no son ni social ni geográficamente simétricos. A la crisis sanitaria y económica las sociedades periféricas le agregan la social. La acentuación de la desigualdad afecta los sistemas políticos por la vía de la radicalidad, de la conflictividad social y de la inseguridad. La agencia de las Naciones Unidas contra las drogas y la delincuencia (UNODC), en su informe anual publicado en junio, considera que la pandemia exacerbará los riesgos relacionados con el tráfico de drogas y teme que los gobiernos reduzcan presupuestos dedicados a la prevención y atención de los consumidores, pero también a la financiación de la lucha contra el narcotráfico.
Las crisis sociales empujan a amplios sectores a recurrir a actividades ilícitas o a la migración. El aumento de los delitos de “supervivencia” y de los detenidos por robo sin antecedentes constituye una característica de la coyuntura. En sociedades como la Argentina, el incremento de la violencia es anunciado. Con el aislamiento obligatorio, algunos delitos bajaron, mientras que otros como los femicidios se mantuvieron estables.
Las medidas que se aplicaron evocan la centralidad del Estado y del discurso soberanista. Dos aspectos son generalmente subrayados: el aumento de la faceta coercitiva y su rol en el control social, con sus limitaciones en la capacidad de ejercerlo y la intervención en lo social. Ahora bien, por un lado, la estatalidad de la respuesta, no se traduce mecánicamente en autoritarismo ni en la generalización de un paradigma biopolítico, aunque el estado de emergencia puso a prueba libertades fundamentales aún en democracias consolidadas como las europeas. Por otro, la estatalidad provocada por el Covid19 tampoco puede ser asimilada automáticamente a un retorno al Estado de bienestar o social o a una revalorización de los servicios públicos. La resolución de la crisis de 2008 es un antecedente a considerar. De origen financiero, implicó una intervención estatal que acentuó la concentración de la riqueza.
Por otra parte, si en América Latina la gestión de la crisis sanitaria reveló la perennidad de los discursos nacionalistas como mecanismo de cohesión social, a nivel global, el retorno del Estado tampoco se materializa necesariamente en un regreso del nacionalismo, aunque su capacidad de ordenar los sistemas políticos estructurando posiciones a favor o en contra continúa acentuándose. La Nación es un componente central de los movimientos que buscan beneficiarse de la crisis al constituirse como alternativa política, canalizando el malestar social.
El Estado que emerge sigue siendo polisémico. Condicionada por la experiencia del Covid19, la cuestión de la protección, aspecto constitutivo del Estado, evoca los sistemas de salud y de seguridad pública en general y el cambio tecnológico en ciernes en particular, como lo evidencia la preocupación por sus consecuencias en el control social y en los ecosistemas20. Cuestiones todas que interpelan la debilidad institucional del Estado en el plano regulatorio y las tensiones a las que está sometido ya no solo en contextos de escasez, sino de crisis social profunda.
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1 https://www.youtube.com/watch?v=4iASGnwwW00
2 https://www.youtube.com/watch?v=TaMzs84C0Bc 1
Fecha de recepción: Septiembre 5 de 2020
Fecha de aprobación: Octubre 20 de 2020