The magnifying glass Covid-19 placed over global and regional economy
Gabriela Marisa Dufour
UNPSJB
La aparición de la pandemia del Covid puso en alerta a la comunidad internacional y a la economía mundial. Encontró al mundo con un modelo económico hegemónico que profundizó la pobreza y deshumanizó las acciones de los individuos y los gobiernos. A partir de la crisis del 2008, economistas, filósofos y otros intelectuales, tomaron relevancia para poner en agenda la desigualdad y la injusticia en la distribución. Nos preguntamos: ¿Sera la pandemia un punto de inflexión? ¿Cómo será la “nueva” normalidad? ¿Es “normal” un mundo tan desigual?
Exponemos la situación al inicio, y los efectos por la pandemia, la caída de la actividad económica sectorial, los derrumbes del PBI y del empleo. El escenario confirma que los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Para romper con esa tragedia, proponemos acciones prioritarias a fin de contribuir con lo que creemos debe ser una construcción colectiva, plural y democrática, a partir de Estados activos, un régimen tributario internacional equitativo, un desarrollo inclusivo y sostenible basado en un sistema de innovación verde, que proteja el empleo digno y conscientes que las opciones son una desigualdad intolerable y un deterioro medioambiental con destino de caos.
The COVID-19 outbreak as a pandemic alarmed both the international community and world economy. It found the world immersed in a hegemonic economic model that deepened poverty and dehumanized the actions of individuals and governments. From the 2008 crisis on, economists, philosophers, and all types of intellectuals took relevance to open a space for discussing inequality and unfair wealth distribution on the agenda. We ask: is the pandemic a turning point? How will the “new” normal be? Is it “normal” to have such an unequal world?
We will describe the situation at the early stages of the pandemic and its effects, the fall of the financial activity in certain sectors, the fall of GDP and employment. The scenery confirms that the rich became richer and the poor became poorer. To break with this tragedy, we propose priority actions in order to contribute to what we think should be a collective construction, plural and democratic, starting from the active States, an equal and fair international tributary regime, inclusive and substantiable development based in a green innovative model which protects dignified employment and, above all, that is fully aware that the current options create an intolerable inequality and an environmental deterioration that will lead to chaos."
Desigualdad, Desarrollo, Inclusivo, Sostenible, Pandemia, Innovación
Inequality, Development, Inclusive, Sustainable, Pandemic, Innovation
La aparición de una pandemia a partir del Covid-19 puso en alerta a la comunidad internacional e inmediatamente también a la economía mundial en el inicio del presente año. Primero se la creyó circunscripta a algunos países del oriente, que encontraron en el aislamiento obligatorio la mejor terapia y luego, se tomó conciencia que las características de la enfermedad y el flujo de individuos en el mundo expandieron el contagio y consecuentemente globalizaron sus efectos tanto sanitarios, sociales y económicos.
Al principio se creyó que el coronavirus era una enfermedad que atacaba a todos por igual, no importaba si eras rico, un trabajador medio o estabas entre los más vulnerables sumido en la pobreza, porque el virus enfermaba sin distinción. Pero las evidencias a partir de los días sucesivos, demostraron que no era así. Las familias que viven en pequeñas viviendas hacinados, en barrios o asentamientos sin infraestructura ni servicios básicos, con enfermedades pre-existentes, trabajos precarios o desocupados, fueron las mayores victimas tanto en los países desarrollados como en los países emergentes. Aunque las políticas decididas por sus autoridades y su oportunidad, como la existencia de adecuada infraestructura sanitaria han marcado diferencias en la evolución de los contagios y muertos, sin dudas, el saldo final será peor en los países subdesarrollados y en los que las características sociales y económicas, están signadas por la desigualdad en la distribución de la riqueza y la pobreza.
El modelo económico hegemónico profundizó la pobreza y deshumanizó las acciones de los individuos y los gobiernos. Y no podía ser de otra manera ya que, el sistema genera y tiende a la concentración del valor creado y de los beneficios, y tiene como una de sus mayores ventajas, la aceptación masiva, casi inconsciente de sus principios. Su imposición como parte de una globalización considerada irreversible, había dado por concluida cualquier discusión en el plano de las ideas, tal como postuló Francis Fukuyama desde el púlpito del predominio ideológico liberal y más estrictamente neoconservador. Es que en esta etapa de la producción intelectual posterior a la caída del Muro de Berlín, se había erigido como evento simbólico de excepción, el fin de la historia, y con ella el triunfo de la cultura del consumo como ariete del sistema predominante. Las certezas definitivas de la gloria neoliberal en el plano de las ideas, y del neocapitalismo financiero en el de las realidades materiales estaban instaladas y parecían inamovibles.
Pero algo ocurriría, algo sucedería para sacudir el mundo y las ideas. Una crisis mundial inédita y a raíz de la cual, de lo único que tenemos certeza es de la incertidumbre del futuro.
Aunque ya antes de la pandemia se había comenzado a resistir aquella monolítica afirmación sobre el predominio definitivo del capitalismo financiero mundial, y muchos se atrevían a cuestionar cierto agotamiento del sistema y a debatir si no habría solución al crecimiento exponencial de la concentración extrema de la riqueza en una muy escasa parte de la población mundial beneficiada, con una paralela exclusión de otros millones de seres humanos, en sus derechos más elementales.
Para superar la crisis del 2008, los gobiernos destinaron fondos públicos con cifras asombrosas para salvar a los bancos y el sistema financiero y obturaron la discusión de qué había fallado para llegar a esa situación y poco vimos sobre las responsabilidades respecto de los desfalcos que realizaron esas mismas entidades que recuperaron sus pérdidas a costa de los ciudadanos comunes.
Esta actitud generó indignación, y no fue en vano. A partir de ahí se empezó a quebrar el discurso hegemónico, que comenzó a evidenciar su verdadera moral. Comenzaron a cobrar notoriedad economistas, filósofos y otros intelectuales, que levantaron la voz y empezaron a poner en agenda el tema de la desigualdad, y fundamentalmente la injusticia en la distribución. El mundo empezó a ver, e identificar a ese 1% que concentra la riqueza que al resto del mundo le niegan para poder subsistir, para poder obtener lo que mínimamente cada ser humano en este mundo merece por su condición.
Thomas Piketty, Capital e ideología (2019), da cuenta de una gran tarea para obtener información de calidad en relación a la distribución de la riqueza. Para ello están construyendo la base de datos más importante de la que se tenga registro, que refleja “la evolución histórica de las desigualdades de renta y de riqueza” y que compromete el esfuerzo de más de cien investigadores en 80 países del mundo.
Mariana Mazucatto, una economista de creciente relevancia mundial, en su obra “El valor de las cosas, quien produce y quien gana en la economía global”, (2019) cuestiona los principios de la economía capitalista dominante. Cuando centra su atención en las mediciones del PBI, se pregunta por qué los cuidados personales no se han incorporado en su cuantificación, y muy especialmente el concepto de preferencia para determinar el valor de los bienes que instalaron hace muchos años los marginalistas. De esta manera, nos interpela y nos obliga a reflexionar sobre si las teorías no están atravesadas por los intereses del discurso hegemónico y en respuesta a intereses concretos y cada vez más indisimulables, cuyas consecuencias quedan expuestas casi atrozmente en circunstancias como las presentes, de fracaso de los sistemas públicos de salud y de insuficiencia y de restrictiva prestación de los sistemas privados, centrados en el lucro y la sofisticación.
Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de CEPAL, nos alerta que Latinoamérica y el Caribe, es una de las regiones más ricas del planeta (en materia de recursos naturales) y también la más desigual.
Las citadas, son sólo son algunas de las muchas voces que antes de la pandemia se alzaron contra la desigualdad, la concentración de la riqueza, y la financiarización del capitalismo y su consecuente atrofia en términos de equidad e igualdad y a favor de la necesidad de un Estado articulador y regulador de los desequilibrios; que hoy están liderando en los foros internacionales la discusión que se logró instalar y es, si efectivamente la crisis generada por la pandemia provocará los cambios que ya se reclamaban o terminará reafirmando el modelo hegemónico y fundamentalmente profundizando la desigualdad. Entonces la pregunta ¿Sera la pandemia un punto de inflexión en este mundo desigual?, rueda en los departamentos de investigación y en los ámbitos políticos, alentando el compromiso de cooperación en la reflexión y búsqueda de alternativas superadoras.
Pero así como desde el mismo sistema se generan voces de alerta y análisis que verifican la gravedad de los resultados generados, desde otras perspectivas totalmente diferentes en torno a los valores y las herramientas que ofrecen, aparecen actores preocupados por contribuir a la construcción de una respuesta a esa pregunta compleja. En esa línea rescatamos un texto de Rodrigo López et al. (2015), que cuestiona las teorías y plantea las alternativas al desarrollo, enumerando entre las claves o pilares, la convivencialidad. Este término llamó nuestra atención y comenzamos a indagar sobre su origen, y rescatamos un libro que tiene más de 40 años, que desarrolla el término para definir a la sociedad convivencial como “aquella en que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta” (Illich, 1978). Ampliando el concepto expresa:
Cada uno de nosotros se define por la relación con los otros y con el ambiente, así como por la sólida estructura de las herramientas que utiliza. Éstas pueden ordenarse en una serie continua cuyos extremos son la herramienta como instrumento dominante y la herramienta convivencial. El paso de la productividad a la convivencialidad es el paso de la repetición de la falta a la espontaneidad del don. La relación industrial es reflejo condicionado, una respuesta estereotipada del individuo a los mensajes emitidos por otro usuario a quien jamás conocerá a no ser por un medio artificial que jamás comprenderá. La relación convivencial, en cambio siempre nueva, es acción de personas que participan en la creación de la vida social. Trasladarse de la productividad a la convivencialidad es sustituir un valor técnico por un valor ético, un valor material por un valor realizado. La convivencialidad es la libertad individual, realizada dentro del proceso de producción, en el seno de una sociedad equipada con herramientas eficaces.
Cuarenta años tiene ese texto y nos invitaba a pasar de la productividad como valor técnico, a una relación convivencial guiada por valores éticos, de un uso de las herramientas condicionadas a mensajes artificiales e incomprensibles a comprometernos en la creación de bienestar. Es exactamente lo contrario que se construyó durante estas décadas pasadas.
El mundo en crisis confronta a los que no quieren cambios y los que visualizan a la pandemia como una oportunidad de cambio. Se instalaron algunas preguntas en las comunidades ¿Volveremos a la normalidad? ¿Cómo será la nueva normalidad? Pero aparecen los cuestionamiento también ¿era normal un mundo tan desigual?
La pandemia puso en agenda temas que el común de la ciudadanía no discutía ni la agenda diaria de los grandes medios incorporaba, tales como el rol del Estado y su financiamiento, los impuestos a las grandes fortunas, las estructuras tributarias regresivas o progresivas, la evasión estructural y el rol de los paraísos fiscales en la falta de recursos para atender las necesidades colectivas, el ingreso universal básico, la importancia de la economía real sobre el mundo financiero, la sostenibilidad de las economías de los países emergentes con el nivel de endeudamiento actual; y varias disyuntivas en relación al modelo de desarrollo predominante a escala planetaria, también en respuesta al fuerte cuestionamiento al deterioro creciente del medio ambiente y la interrelación de la producción y el mismo.
Un tema muy instalado en la conversación mundial es el papel de los Estados en la configuración de una recuperación social y económica y si serán capaces de plantear una nueva dirección y redefinir las prioridades de los propósitos públicos a partir de los aprendizajes que deja una pandemia global. Pero también y afortunadamente, se está debatiendo el rol del Estado como el principal instrumento con que cuenta la humanidad para reconfigurar la actividad económica y el cuidado, a esta altura imprescindible y urgente, del medio ambiente y la cultura de producción.
En definitiva, se necesita definir de qué forma se va a vivir en adelante en el planeta, en un contexto de crecimiento demográfico, con un alto riesgo de aceleración de mutaciones biológicas, flujos intensos de materia e individuos, un compartir los problemas a partir de que no existen barreras que detengan o frenen las consecuencias, reconociendo que no existen aduanas formales inviolables entre las naciones, en especial cuando se trata de virus o de transferencias financieras, casualmente.
Resulta indispensable comprender el efecto de este fenómeno globalizante sobre las fuerzas productivas mundiales, que por un lado permitió que en forma inmediata se digitalizaran una mayor cantidad de trabajos, las transacciones, la educación; pero simultáneamente puso en crisis el tiempo de las actividades humanas en los hogares, el tiempo destinado al ocio, al turismo, a las actividades culturales presenciales, acelerando el desempleo, la marginalidad, la soledad, la neurosis, y nos obliga a repensar o reinventar el entorno, enriquecer, cuando no transformar los hábitos y modos de vida, y estar atentos a los vínculos afectivos.
La pandemia también marcó la necesidad de creación de nuevos canales para el comercio, como las plataformas de contenidos, reforzando los canales online y la operatoria digital de las tiendas, la incorporación de mostradores robotizados, así como el fortalecimiento de los almacenes de proximidad, innovación en los servicios logísticos, en particular los servicios a domicilio, redefiniendo nuevas formas de comunicación con los clientes.
Desde la perspectiva macroeconómica, para poder pensar en el futuro necesitamos analizar tres momentos claves; primero, como estaban los países al inicio de la pandemia. Segundo, los efectos durante el periodo de mayores casos de contagios y muertes, y por último, la etapa de recuperación en los países donde las curvas de los efectos Covid-19 comenzaron a disminuir, la pospandemia.
En este caso nos concentraremos en nuestra región América Latina, y particularmente en nuestro país, donde además de los efectos reales -crisis sanitaria, económica y social- se dio en la región, una gran disputa respecto de la pertinencia o no de la adopción como terapia del aislamiento social preventivo y obligatorio, sus ventajas para evitar muertes y la saturación del sistema sanitario, contra un potencial agravamiento de los efectos económicos, a partir de las restricciones a la circulación de personas, que afecta la actividad productiva con distinta intensidad según el sector que analicemos.
Al iniciar el análisis podemos detectar en el “Informe Especial COVID-19 CEPAL Nº 2”, lo que pasó en los últimos 70 años y particularmente, marcar la abrupta caída en el periodo 2010-2019 de la tasa de crecimiento del PBI regional desde el 6% al 0,2%.
El indicador marca la debilidad macroeconómica de la región al aparecer la pandemia y evidencia las mayores necesidades respecto de la generación de instrumentos para asistir a la población afectada. Simultáneamente, la mayor exigencia a las finanzas nacionales se verifica por las condiciones del endeudamiento externo, con altos porcentajes de los presupuestos públicos comprometidos en el pago de intereses de la deuda, algunos de los países en riesgo de default, y con restricciones para generar ingresos fiscales.
América Latina operó sin coordinación entre los países, ante la falta de operatividad de sus instituciones con representación regional -MERCOSUR, UNASUR, etc.-, el aislamiento social preventivo en algunos de ellos se estableció con carácter obligatorio, y en otros como indicación para que la población se protegiera de la expansión del virus.
La denominada “cuarentena” detuvo el funcionamiento de la economía, afectando en forma dispar a los sectores productivos. Determinó una caída de los recursos fiscales, agravando la situación descripta en el párrafo anterior y una paralización o desplome de las ventas con claramente tres escenarios distintos según los sectores.
En varios informes de consultoras de empresas, aparecen tres agrupamientos con impactos diferentes por las denominadas “cuarentenas”:
Este derrumbe no solo lo generaron las medidas de aislamiento, sino también entre otras causas, la pérdida del poder adquisitivo de la población en general a partir del incremento de los niveles de desocupación, el cierre de las actividades, y la prohibición o restricción de movilidad.
Como muestra del impacto elaboramos el gráfico N° 2 que muestra la información elaborado por INDEC (2020) a través del estimador mensual de actividad económico (EMAE) en Argentina.
El gráfico muestra para todas las actividades los niveles para el periodo mayo 2020 comparados con mayo 2019 y su relación con el año base 2004. De este análisis, surge que la única actividad que tuvo un aumento significativo fue la de la pesca que lo hizo en un 62% respecto del año anterior. Los sectores con mayor impacto negativo fueron los hoteles y restaurantes con una caída del 74%, los servicios personales y comunitarios con una baja del 72% y la construcción que perdió un 62%. Aunque con valores menores la industria (26%) y la explotación de minas y canteras también tuvieron pérdidas de actividad. Las que sufrieron menor impacto fueron la intermediación financiera (-4%), los servicios de electricidad, gas y agua (-5%) y la educación (-9%)
Decíamos que el tercer escenario a analizar son las previsiones de los organismos internacionales respecto de la evolución del PBI en nuestra región y las expectativas de crecimiento a partir del 2021. El FMI estima que la economía global caerá un 5,2% respecto del 2019, y a partir de la información del propio FMI, los institutos de estadísticas de los países y los Bancos Centrales, se elaboraron estas estimaciones para el presente ejercicio fiscal.
La Tabla N° 1, confirma que la pandemia provocada por el nuevo Coronavirus, está generando una crisis económica a nivel global de magnitudes inéditas en este siglo y, frente a esto, los gobiernos deben mitigar el impacto económico con políticas monetarias y fiscales para sostener la economía, pero también deben generar instrumentos que atiendan la pérdida de calidad de vida de los habitantes de nuestros países.
Tabla N° 1. Evolución estimada de la actividad económica Ene/Jun 2020
PAIS | I. Trim 2020 | Proy. Abril 2020 | Proy. Junio 2020 |
---|---|---|---|
BRASIL | 0,90 % | -5,30 % | -9,10 % |
ARGENTINA | -4,80 % | -5,70 % | -9,90 % |
MEXICO | -1,60 % | -3,90 % | -10,50 % |
COLOMBIA | 1,10 % | -2,40 % | -7,80 % |
CHILE | 3,00 % | -4,50 % | -7,50 % |
PERÚ | -3,40 % | -4,50 % | -13,90 % |
ECUADOR | - | -6,30 % | - |
BOLIVIA | 1,10 % | -2,90 % | - |
URUGUAY | -1,40 % | -3,00 % | - |
Fuente: Elaboración propia con base en Santiago Reyes (1996)
América Latina posee la triste condición de ser una de las regiones más ricas del mundo en materia de recursos naturales y a la par, concentrar los mayores índices de pobreza, determinando así, que la desigualdad sea uno de sus problemas más graves y estructurales. Y tanto la desigualdad como la pobreza tienen aspectos multidimensionales que en el marco de la pandemia profundizan la crisis sanitaria, social y económica. Eso lo podemos verificar en el siguiente cuadro con la evolución del coeficiente de Gini comparativo entre los distintos continentes y a nivel global.
Si bien en la imagen podemos verificar la disminución de la desigualdad a partir del indicador elegido, seguimos siendo en las últimas mediciones disponibles la región más injusta. En este marco, recordamos el texto de la investigadora Merike Blofield (2011), que nos indicaba el impacto que tiene en la región lo que ella denominó distancia social, que se expresa a través del privilegio que poseen las élites económicas y políticas en la región, para acceder o incidir sobre quienes diseñan o formulan las políticas públicas y el comportamiento de los funcionarios políticos. Esto se comprueba al estudiar la regresividad de los regímenes tributarios en la región y su incapacidad redistributiva como acción para mitigar la desigualdad, pero también se visualiza en normas que limitan el acceso a la salud pública o en los regímenes laborales precarios o con limitada protección, profundizando la vulnerabilidad de los sectores más débiles. El distanciamiento social es de tal magnitud, que niega las necesidades de los más pobres, muestran indiferencia y falta de solidaridad y eso se puede comprobar además, en el comportamiento de los bajos niveles de filantropía privada de las elites latinoamericanas comparadas con otras regiones del mundo. En palabras de la autora:
En 2007, los ricos de América Latina —definidos como quienes poseen más de un millón de dólares estadounidenses solo en inversiones— destinaron únicamente un 3% de sus activos a la caridad, mientras que la cifra correspondiente a sus contrapartes en los Estados Unidos y el Asia fue un 12%. Además, aunque la riqueza de los latinoamericanos acaudalados en conjunto aumentó desde 2007 más rápidamente que en cualquier otra parte, en 2010 sus planes de donar a la caridad eran de un monto inferior a aquellos de los ricos de cualquier otra región del mundo.
En cambio, la mayoría de las élites económicas y políticas de la región se han inclinado por soluciones a la desigualdad individuales y a corto plazo, en lugar de colectivas y a largo plazo, aislándose en comunidades cerradas, escuelas privadas y, al verse enfrentadas a demandas redistributivas, transfiriendo su dinero al exterior (Blofield, 2011).
Cuando exponíamos el impacto de la pandemia en los sectores económicos, anticipábamos que las consecuencias inmediatas son la caída del empleo, el aumento de la desocupación y la precarización en los vínculos laborales. Mitigar estos efectos negativos requiere políticas específicas como el refuerzo del seguro de desempleo tanto en el monto como en la cobertura, las ayudas a las empresas para el pago de salarios, la reducción de las cargas de la seguridad social, el apoyo a las pymes en particular reforzando las cadenas de suministros que deben ir acompañadas con la exigencia de mantener el vínculo laboral de sus trabajadores y trabajadoras.
Los primeros indicadores muestran que los grupos con mayor afectación son, los sectores informales, los y las jóvenes, y particularmente madres jefas de familia, en este caso las políticas implementadas fueron la asistencia directa a través de algún mecanismo similar a los ingresos básicos universales o de emergencia. Según información de la CEPAL el monto en América Latina rondó en promedio los U$S 140 (ciento cuarenta dólares) que en general fue complementado con tarjetas alimentarias.
Será sin duda la tarea fundamental en el proceso de recuperación, la generación del empleo fijada como prioridad, ya que los números actuales de la desocupación registrados en los institutos de estadística y en el FMI en el continente americano plantean esa exigencia. EEUU por ejemplo, registra tasas de desocupación históricamente altas 13,3% y Canadá una tasa del 13,8%. América Latina está en un escenario similar donde hay varios países con tasas de desocupación que llegan a los dos dígitos, alcanzando Colombia el 19,8%, Perú 13,1% y Brasil 12,2%. Argentina se encuentra actualmente con una tasa del 10,4%, pero se espera un aumento significativo para los informes de los próximos meses.
El desempleo es el peor de los efectos económicos, los despidos masivos se extienden en todo el planeta, se propaga, a partir de ahí se reducen las posibilidades de acceso a los bienes y habrá una reconfiguración de las actividades productivas y comerciales.
Como lo expusiéramos al iniciar el texto, la pregunta que debíamos proponernos contestar era si efectivamente la pandemia se constituiría en un punto de inflexión en este mundo desigual y opresivo. Y fue nuestro objetivo enumerar en la primera parte un conjunto de indicadores que demostraran que el modelo económico hegemónico no contribuyó, ni contribuye, a mejorar la calidad de vida de los habitantes del universo y que la pandemia agudizo las brechas de pobreza y también las de marginalidad; y que si no modificamos las reglas de juego del funcionamiento, perderemos una oportunidad que se nos presenta a partir de una situación inédita pero también dramática para la mayoría de la población.
La globalización -vieja conocida-, instaló el fenómeno de la competitividad supuestamente para mejorar nuestro estar y se volvió un engaño, una realidad espuria. ¿Existe posibilidad de competir cuando prevalece tanta concentración, cuando cuatro o cinco fondos de inversión agrupan patrimonios superiores a los PBI de muchos de los países que integran el G 20? Para empezar a construir una respuesta a los interrogantes planteados y que aparecieron a partir de la lupa del Covid-19, resulta útil recordar al autor ya mencionado anteriormente, que nos exponía hace muchos años, conceptos válido hoy:
Lo que es ya evidente para algunos, de golpe saltará a la vista de la mayoría: la organización de toda la economía dirigida a un mejor estar es el obstáculo mayor al bienestar… Los mercenarios del imperialismo pueden envenenar o destruir una sociedad convivencial, pero no la pueden conquistar (Illich, 1974).
La pandemia hizo más visible algunas amenazas que debemos superar; arraigo y desarraigo con el lugar donde nacemos o donde deseamos vivir; los condicionamientos que nos imponen los avances científicos tecnológicos facilitando al hombre los medios para resolver prácticamente todos sus problemas materiales pero que a la par nos imponen restricciones a la autonomía para accionar y decidir; o como el trabajo y el teletrabajo se convirtieron en una amenaza para la creatividad y el riesgo de un regreso al taylorismo. Otra amenaza de singular importancia es la que nos imponen los medios hegemónicos que dominan el escenario de la comunicación y nos están alejando del intercambio por medio de la palabra y consecuentemente degradan la acción política y su rol transformador y castigan haciendo aparecer como con un alto grado de obsolescencia a las culturas y tradiciones que no les resultan funcionales, estableciendo profundas brechas con nuestras raíces. También, los desastres ecológicos, el hambre, el desempleo, el aumento del racismo y la xenofobia invaden nuestra rutina, y desbordan la capacidad de atención. Todos problemas que además de un tratamiento que va desde la indiferencia a las meras descripciones destinadas a insensibilizar y sumergir a las personas, en situaciones parecidas al aletargo de la conciencia.
Estamos siendo víctimas de un despotismo del poder económico, pero que afecta nuestra vida en comunidad y esa búsqueda desesperada por aumentar la renta de esos sectores concentrados, termina afectando la relación de los hombres y mujeres con su ambiente, o las cadenas de medios de comunicación omnipresentes cercenan nuestro acceso al saber, al conocimiento, a la pluralidad. Entonces no es solo un problema económico sino que afectó nuestro medio social y el medio psíquico.
El ya citado Félix Guattari en su libro Las Tres Ecologías (1989), efectúa un análisis y realiza el aporte teórico que nos facilita incorporar una perspectiva compleja a partir del reconocimiento de una ecología medioambiental que surge del vínculo de los individuos con la naturaleza, una ecología social como monitoreo de la evolución de las relaciones de poder entre los distintos grupos sociales y la ecología mental, que reinventa la relación del sujeto con su cuerpo, la finitud del tiempo, la vida y de la muerte, y todas ellas en el marco de la ecosofía, cambiando la comprensión de la disciplina, a partir de dejar de vincular la ecología a minorías amantes de la naturaleza para conectarla con un conjunto de subjetividades que nos permita construir un mundo habitable, que otorgue esperanza con eje en lo humano, a partir de legitimar otras formas de beneficio, distintas a lo patrimonial, para valorizar lo social, lo estético y el valor de lo deseado individual o colectivamente.
Guattari (1992) formula una pregunta que a la luz de la pandemia, adquiere un renovado vigor y vigencia desde la perspectiva de la ecosofía: “¿Cómo podemos no darnos cuenta de que una parte esencial de los riesgos ecológicos que corre el planeta surgen de esa división en la subjetividad colectiva entre ricos y pobres?”. Formula así una suerte de analogía con el concepto de distancia social que ya expusiéramos, y con la imposibilidad de plantear un modelo económico alternativo si no entendemos que la negación de la existencia de la desigualdad y consecuentemente la pobreza, operan como barreras para la reconstrucción de un diálogo colectivo capaz de producir prácticas innovadoras conducentes a un mundo más equitativo, solidario, compasivo y concretamente, que valore la vida en su integridad y armonía.
Esta construcción de territorios existenciales aparecen así conectada con la formulación que hace Mazucatto cuando promueve detectar la diferencia entre los que efectivamente crean valor en la sociedad y quienes extraen ese valor del colectivo en beneficio propio y aumentan sus tenencias (en todas las formas), concentran sus riquezas aumentan la desigualdad en manera arbitraria aunque legitimada a la luz del sistema dominante. Mazzucato hace un estudio muy acabado sobre casos concretos -Apple, Tesla, Google, laboratorios medicinales, etc.-, demostrando que todos los nuevos ricos basados en los desarrollos tecnológicos fueron inversiones del Estado, de las comunidades, y esos pocos se sirvieron de la renta colectiva en beneficio de sus negocios innovadores, pero estrictamente individuales en su apropiación.
Son muchas las voces desde distintas disciplinas que están pidiendo otro mundo y reconocen en la pandemia una oportunidad para plantearlo. Judith Butler, la filósofa estadounidense, propone un acuerdo colectivo y renovado con la igualdad social y económica, para establecer una relación con la Tierra de manera solidaria y no como entidades aisladas y movidas por el interés personal.
Pero no solo voces de intelectuales se han levantado en pos de otro escenario mundial, sino que existen indicios respecto a algunos cambios a nivel global que pueden ser buenos augurios, positivos y esperanzadores. Uno de los más importantes, sin duda, ha sido la revalorización de un rol activo por parte del Estado, con la implementación de políticas públicas para el sector privado, otorgando préstamos en condiciones extremadamente favorables, con garantías gubernamentales y que no temieron implementar políticas monetarias expansivas, ni dudaron en comprar acciones o bonos de empresas a gran escala para contribuir a sus sostenibilidades. Pero también aprovecharon el otorgamiento de estos beneficios financiados con fondos públicos, para imponer condiciones en su instrumentación a fin de lograr mejoras para reducir la emisiones de carbono, el trato digno a sus empleados (salarial y laboral) y limitaron o eliminaron las ayudas para aquellas corporaciones con domicilios en paraísos fiscales, o que distribuyen y pagan dividendos, o realicen recompra de acciones de sus corporaciones como mecanismo especulativos. Así, entonces pareciera que las herramientas implementadas denotan eficacia para dirigir las fuerzas productivas hacia intereses estratégicos colectivos.
Pero así como algunas acciones de los gobiernos son positivas, Jacques Attalli, advierte riesgos. Con una visión más negativa desde dos perspectivas, una, en la ceguera de los líderes mundiales, a partir de su tendencia de procrastinar, demorar las decisiones claves, y otra, en la identificación de actividades en riesgo de desaparición. Para ellas reclama firmeza para no alargar la agonía, sino promover una reconversión. Como contraposición positiva, considera que las empresas que rápidamente saldrán a flote serán las que él denomina de “la economía de la vida”, vinculadas a los servicios de salud, educación, alimentación y el amplio mundo digital.
En este sentido, América del Sur presenta ventajas, por ser capaz de autoabastecerse de alimentos para toda su población sin distinción respecto a su condición socioeconómica, cuenta con posibilidad de generación de energía suficientes a partir de fuentes renovables y limpias y de fuentes no renovables para garantizar el acceso al servicio a las comunidades, y cuenta con sistemas educativos, de ciencia y tecnología y universitarios que podrían encontrar solución a muchos de los problemas de la región. Pero no es posible negar que así como posee todas estas y otras condiciones positivas, estamos muy lejos de construir consensos respecto de los lineamientos y políticas que permitan encauzar las acciones tendientes a lograr esos objetivos. Basta observar que la región se movió desde cuarentenas totales e irreflexivas, a la negación absoluta e irracional del virus, demostrando incapacidad para establecer protocolos que atendieran la realidad del conjunto.
A lo expuesto hasta aquí, debemos agregar que el Covid-19 es una enfermedad zoonótica. Desde hace mucho tiempo los biólogos y epidemiólogos nos advierten de la desaprensión del vínculo con la naturaleza. Las causas de este tipo de enfermedad, tiene una multiplicidad de factores que podemos resumir en el tráfico ilegal y el irresponsable de fauna, arriesgando la extinción de numerosas especies, que además se constituían en especies cortafuegos para evitar la expansión de anormalidades y ser parte necesaria del equilibrio ecológico natural. A esto se le agrega la producción intensiva de alimentos con técnicas que aunque eficientes, se convierten en fuertes degradantes de los ecosistemas. Pero no siendo suficiente, no nos comprometemos con el flagelo del cambio climático y seguimos promoviendo la híper-urbanización con intensos flujos de individuos circulando por ellas y aglomerando los espacios. Todos ellos conducentes a una destrucción del medioambiente y que nos hace pensar a veces que la humanidad perdió el propósito colectivo y no comprende la gravedad de la expansión caótica
Transitando el sendero de la pandemia, y sin vacunas aún, la primera conclusión que aparece con clara evidencia, que aunque todos aumentaron, los ganadores lo hicieron con sus ganancias y los perdedores con sus pérdidas. Por eso el desafío es inscribir una nueva normalidad, aunque el término no satisfaga, ya que la normalidad que conocemos es desigualdad, pobreza, marginalidad y en cambio aspiramos a un mundo justo, limpio y libre, basado en la solidaridad y la fraternidad. A una normalidad sustentada en la armonía del ser humano consigo mismo y con su comunidad.
La alternativa de lograr consenso sobre los contenidos de un nuevo contrato social, con nuevas reglas, con un acuerdo colectivo que se constituya en la nueva normalidad, aparece como una tarea ardua y para nada sencilla, pero sin dudas, como un desafío que puede generar la esperanza de que esta crisis se resuelva como una instancia de superación en la historia de la humanidad, tal vez como en ninguna otra oportunidad se ha tendido.
Para empezar a aportar a la definición de la Misión1 y los objetivos a lograr, modestamente propondremos algunos a fin de contribuir con lo que creemos debe ser una construcción colectiva, plural, democrática, inclusiva y sostenible. Entre ellos:
Objetivo 1. Compromiso cívico a partir del respeto irrestricto a las instituciones democráticas, que permitan recuperar un alto nivel de confianza social en la democracia entendida como una perspectiva integral, como sistema pero también como modo de vida, y no solo como garantía de derechos civiles clásicos sino de un desarrollo inclusivo que de autentica calidad a la vida humana en forma universal. Una democracia sustentada en el respeto por las mayorías y adecuada consideración de las minorías que se encuentre en permanente búsqueda de consensos. Es imprescindible lograr democracias eficaces en el resguardo del valor esencial de la libertad, ya que durante los periodos de aislamiento, los avances tecnológicos tendientes al control de la pandemia en la ciudadanía, se identificaron verdaderos riesgos a la libertad.
Objetivo 2. Un Estado activo, emprendedor, co-creador de valor colectivo. La pandemia puso de manifiesto la necesidad de un Estado planificador, y con un rol más activo no solo en el diseño de las políticas públicas, sino también en la ejecución de las mismas, mostrando dinamismo y cultura innovadora. Simultáneamente es indispensable desplegar su capacidad para encarar el desarrollo de emprendimientos estratégicos a partir de la asociación público- privado.
Objetivo 3. Reformar el sistema tributario internacional promoviendo una estructura progresiva, equitativa, que luche articuladamente a nivel global contra la evasión y la elusión fiscal sistemática de las corporaciones e individuos, que grabe las nuevas formas de expresión de la riqueza, como la economía digital, y promueva mecanismos que permitan grabar a los capitales especulativos y elimine los paraísos fiscales, con el fin último de redistribuir la riqueza para abordar integralmente la pobreza en la población mundial. Mientras el planeta siga siendo guarida de delincuencia, ningún futuro promisorio en términos de igualdad y libertad auténticas, es posible.
Objetivo 4. Un desarrollo inclusivo y sustentable. Diseño y desarrollo de las cadenas productivas estratégicas de cada región, con una perspectiva meso económica a fin de apropiarse de la renta en el territorio, que permita la participación de las empresas pymes, reconocidas como las generadoras de empleo y auténticas formas económicas para organizar, producir y distribuir un ingreso más equilibrado y sostenible. En forma concomitante, políticas destinadas a los actores y actrices de la economía social y popular, en especial en la producción alimenticia que permita que la transformación de las materias primas no solo sirva para el crecimiento de la economía sino también para cumplir el objetivo de lograr la soberanía alimentaria. Asimismo, los gobiernos acompañaran con el fin de diseñar una prospectiva que asegure la renovación verde, es decir, accionar en el proceso de reconversión productiva con sostenibilidad ambiental en acuerdo con los sectores sindicales para que los trabajadores y trabajadoras sean parte de la construcción de la economía circular.
Objetivo 5. La lucha contra la desigualdad global requiere la atención de las economías emergentes y subdesarrolladas para evitar un espiral de mayor deuda que comprometa presupuestos futuros de forma insostenible y un compromiso global para el establecimiento de ingresos básicos universales para todos y todas, otorgándole la condición como mecanismo para amortiguar la pobreza mundial y obligaciones sanitarias y educativas en relación a los niños, niñas y jóvenes de los grupos asistidos.
Objetivo 6. La reactivación del sector privado requerirá financiamiento para recuperar las unidades productivas, especialmente las pymes definidas regionalmente de perfil estratégico para el desarrollo local. Los gobiernos deberán diseñar herramientas que atiendan la demanda de horizontes de tiempo más largos y tasas adecuadas para el capital de trabajo e inversiones indispensables para los procesos de reconversión o consolidación. El mercado financiero debe asumir un rol canalizando flujos financieros hacia alternativas ambientalmente sustentables, con objetivo de reducción o cero carbonos, e incorporando al cambio climático como variable de riesgo en las evaluaciones financieras. Los Bancos Centrales de los países deben comprometerse a establecer reglas globales que restrinjan el acceso al crédito al capital especulativo depredador y centrar sus esfuerzos en facilitar el acceso al crédito a las empresas de la economía real.
Objetivo 7. El desarrollo económico no será pleno si no se incorpora la perspectiva de género a las políticas públicas y se respetan los derechos de las minorías étnicas y los pueblos originarios, reconociendo la interculturalidad y la participación plural.
Objetivo 8. Comercio justo. Los países centrales deberán contribuir al establecimiento de relaciones comerciales éticas y respetuosas, con los países subdesarrollados y en vías de desarrollo, eliminando las restricciones discriminatorias y las diferencias injustificadas en los precios de los productos que consume la población mundial. Comercio y precio justo implica no avalar el trabajo precario y el esclavo, eliminar los subsidios que distorsionan los intercambios, priorizando la calidad y la producción sostenible, tanto en relación a las personas como al medio ambiente. Aun así, debemos acompañar estos cambios con una sustancial transformación en la cultura del consumo insostenible y destructivo en la que hemos estado sumergidos, en la certeza de que si no lo hacemos, en ese altar al consumo, también será consumido nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Objetivo 9. Ampliar y consolidar un sistema de investigación, desarrollo e innovación con una visión a largo plazo, a partir de una alianza pública y privada simbiótica, cuya renta sea reconocida como bien público y que brinde los saberes para guiar una reconversión donde la vida en comunidad sea sustentable. Adherimos al concepto de ecosistema de innovación verde2.
Objetivo 10. Protección del empleo existente y creación de nuevos empleos. Los empleos del sector estatal deben responder a los fines públicos, eso implica que los nuevos trabajos deben estar pensados o dirigidos a la creación de valor social, a la conservación del ambiente, en funciones creativas, actividades estéticas, de embellecimiento y educativos. Reconocer la economía del cuidado debe ser un objetivo, la igualdad de oportunidades en el empleo con perspectiva de género no se logrará si no se le encuentra una solución a la prestación de los servicios de cuidados que son esencial y que habitualmente están a cargo de las mujeres. El trabajo de cuidados se desarrolla en diversos entornos, en la economía formal como en la informal, y la mayoría de las veces no se remuneran. Respecto de los empleos privados, a la salida de crisis, los gobiernos deberán asistir a los ciudadanos en la pérdida de competencias y acompañar los procesos de aprendizaje de las nuevas capacidades y habilidades, y establecer los mecanismos regulatorios para garantizar el respeto a los derechos de los trabajadores tanto en las relaciones laborales como en la defensa del poder adquisitivo de los salarios. Será parte de la discusión la productividad y la revisión de los regímenes de jornada laboral y cargas horarias reducidas como mecanismo de generación de nuevos empleos.
Objetivo 11. Acuerdos regionales y universales. Estructurar relaciones económicas internacionales basadas en la paridad de intereses, en el reconocimiento de lo heterogéneo, en la participación activa de lo diverso, y fundadas en la ética de la responsabilidad individual y colectiva, permitirá un dialogó planetario constructivo, condición indispensable para elaborar y compartir un sistema de valores que se constituirán en guía de las acciones de los organismos internacionales -ONU, OEA, OMS, OIT, G 20, etc.- que no queden en simples enunciados, o formales resoluciones, sino en la expansión de una verdadera conciencia planetaria de los límites de actuación que tienen los países hasta hoy hegemónicos. En particular, Latinoamérica deberá realizar mayores esfuerzo a partir de su realidad actual, fisurados los vínculos entre los países, con grietas profundas por disputas que se muestran como ideológicas pero que en verdad, corridos los velos, se visualizan como defensoras de los intereses de la elites privilegiadas que no están dispuestas a sacrificar sus ganancias en pos de los intereses colectivos. Todo lo cual sin dudas, requerirá mayores esfuerzos. Tampoco podemos dejar de mencionar lo que resulta evidente en nuestra región que es la concentración de multimedios -canales de televisión, radios, redes, medios escritos, servicios de conectividad- y que impiden lograr una opinión publica plural y que ayude a construir nuevas subjetividades, que interpelen a las relaciones preexistentes y propicien el diálogo y agendas basadas en valores de igualdad y libertad auténticas para todas las personas.
El camino que se inicia estará lleno de turbulencias, y los cambios podrán darse de forma abrupta o paulatina, no estarán exentos de conflictos ni de contradicciones, ni contramarchas y menos aún de errores. Lo importante será mantenerse en el camino de la lucha contra la desigualdad y a favor de la sostenibilidad, y ser conscientes de que cada cosa que se decide hoy se lo está haciendo en nombre del futuro.
Propiciamos un Estado activo y eficaz en su capacidad de asegurar bienestar convirtiendo en universales los bienes y servicios esenciales como la alimentación, la salud, la educación, la vestimenta, los servicios públicos, la recreación, el ocio, la cultura, el deporte, la vivienda digna en un hábitat saludable, en un territorio donde puedan interactuar todos los “existentes” que lo conforman. Pero también un garante firme de la libertad humana como condición esencial de su naturaleza, y a la cual solo accede en el marco de un proyecto de realización colectivo que la garantice mediante los bienes indispensables mínimos para su goce.
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Fecha de recepción: Agosto 3 de 2020
Fecha de aprobación: Octubre 1 de 2020